OPINIóN
Actualizado 04/11/2014

        Creemos habitar un mundo globalizado, pero seguimos padeciendo el sarpullido de los nacionalismos políticos, un residuo estéril y desfasado de la hipertrofia patriótica propia de los espíritus más susceptibles. So pretexto de libertad de expresión la consulta soberanista de Cataluña juega con fuego, como puede colegirse si se repasa la Historia.

     En el siglo diecinueve, coincidiendo con la independencia colonial de numerosos territorios de América y Asia, comenzaron en España los brotes separatistas internos que nada tenían que ver aquí con una verdadera necesidad de liberación, ni respondían a opresiones ideológicas ni sociopolíticas de unas regiones o culturas sobre otras. Conviene volver la vista atrás a ciertos hechos ocurridos durante la Primera República, de los que prácticamente no se habla fuera del ámbito académico: la revolución cantonal. El detonante fue una ocurrencia del presidente Pi i Margall, quien incluyó en la Constitución la equiparación de las regiones a Estados independientes. Entre otras regiones, ciudades y pueblos proclamaron su independencia (lo diré por orden alfabético para no herir la fina sensibilidad de los nacionalistas) Alcoy, Algeciras, Almansa, Andújar, Cádiz, Cartagena, Cataluña, Granada, Málaga, Sevilla y Valencia. Betanzos se independizó de La Coruña. Coria presentó su separación de Badajoz. Granada y Jaén se declararon en guerra por disputas de fronteras. Jumilla amenazó con destruir Murcia si no aceptaba su independencia. Utrera se separó de Sevilla contra la que combatió en una guerra que costó cuatrocientos muertos.

       El caso más agudo fue el de Cartagena. El cantón independiente de Cartagena comenzó eligiendo como bandera un estandarte turco del cual pintaron de rojo la luna y las estrellas blancas, convirtiéndolo en un paño completamente rojo. Su armada bombardeó el puerto de Alicante y asaltó la ciudad de Almería, ciudades que pretendieron anexionarse. Su ejército emprendió una marcha sobre Madrid y llegó hasta Albacete. No hay acuerdo sobre el resultado de esas batallas, pero en cualquier caso resultaron gravemente cruentas. En su delirio de grandeza por la patria inventada, los nuevos gobernantes de Cartagena solicitaron la alianza a los Estados Unidos de Norteamérica, a los que también pidieron armas. Por fortuna, Ulises Grant no accedió a semejantes pretensiones porque, con buen criterio, suponía que eso le enfrentaría con el gobierno de España.

      Lo mismo que sucedió en épocas más antiguas en los reinos de Taifas, el reduccionismo aldeano y el imperialismo de alpargata abrieron brechas en la convivencia entre pueblos vecinos, contribuyendo a un largo periodo de decadencia. Actualmente, mientras campean por sus respetos una pléyade de mediocres tiranos de las ideologías, de la política, la cultura y las modas sin cuyo visto bueno nos arriesgamos a ser excomulgados, cunden como la cizaña las amenazas del desastre. ¿Cuántos aprenden las lecciones de la Historia para no volver a caer en los mismos errores? ¿Cuántos aprecian como se merece el poder de la convivencia pacífica? A falta de valores más excelsos, bastaría con que quienes ostentan cargos de responsabilidad aplicasen el sentido común.

 

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