OPINIóN
Actualizado 03/11/2014
Rubén Martín Vaquero

Dicen que la salud es el silencio del cuerpo.

Ha llegado el día del enjuiciamiento. Hoy le cumple la libertad vigilada y debe presentarse, sin excusa, para que le tomen declaración y salga a la demanda.

Se arma de valor y marcha a hacer sala en la audiencia pretorial. Y al rebasar las puertas automáticas de cristal, un rebufo de olas viejas, presentidas, le crecen en la garganta. Carraspea y avanza con decisión hacia los análisis, las palpaciones, las radiografías, las biopsias, los escáneres, las endoscopias y? las muchas patologías. "Sigue usted en libertad condicional" ?le dicen los fiscales togados. "Deberá venir dentro de una semana a recoger los fallos".

Y a los siete días regresa a por la providencia. Y una alguacila con sonrisa y bata inmaculada, nunca el blanco fue tan terrorífico, le entrega las resoluciones. "Lléveselas al podestá" ?le advierte antes de desaparecer en la rebotica del alto tribunal.

¡Con qué dedicación furtivea marcadores tumorales, picos, valles, deficiencias, excesos, índices, medias, tantos por cientos, luces, sombras y asteriscos! Cada décima la sopesa, la analiza, la estudia, la imagina y la sueña. Cada palabra le anima, le hunde, le salva y le condena. "Tendré que mirarlo en Internet" ?su ignorancia se consuela.

Mas?, como era inevitable, termina pidiendo cita a un adelantado para que interprete la sentencia "Vistos los dictámenes?, y en consecuencia?, lamento comunicarle que venció el plazo de su vida" -el juez mayor da la causa por conclusa. "¿Hay "habeas corpus"? ¿Cuánto tiempo me queda?" ?busca alimentarse de esperanzas. "No hay sala de apelación" ?reitera terca la ciencia. Y al sorprendido reo se le queda una mirada estúpida, casi bovina. Creía haber emparedado a la muerte tras las altas tapias de la rutina.

Se despide con un susurro y escapa a la calle a respirar la luz ¡todavía está vivo! Echa a andar y busca un salvoconducto entre el anonimato de la gente. Pero en el bolsillo?, el terco papel de la condena lleva su nombre. Y entonces mira con envidia a un perro callejero que husmea aquí y allá buscando la cena; él es inmortal, no sabe que tiene que morir. 

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