OPINIóN
Actualizado 02/11/2014

La muerte está dentro de uno, conoce nuestros huesos. Es una sombra con oficio, dulce, apasionada, que gusta de salir de vez en cuando por la boca para traernos el horror y la mentira y el sudor del invierno.

La verdadera noche del maldito es un recuerdo de la muerte, un anticipo de la tierra y de sus ruidos que huele a porcelana y electrones.

Por eso, con la luna, cuando los gritos se acomodan en los cines del sueño, los hombres se confunden y suicidan detrás de algún fracaso.

La muerte nos conoce uno por uno. Tiene un estilo perso­nal e inconfundible que la hace tan terrible como hermosa. Cada poema, cada beso, cada orgasmo son revisados con minucia por la muerte. Y cuando surge alguna duda o un amor y el miedo nos aplasta, la muerte fuerza un poco más su rosca y nos morimos tres centímetros y pico.

Yo sé de una mujer a quien le hicieron la cesárea antes de tiempo y por allí se le salió la muerte. Poco después una enfermera del hospicio nos dijo que la vio, que huyó tres pisos más arriba hasta la planta de los locos para jugar con una niña rubia de dos años que se perdió en el mar.

Ayer hice el amor con una camarera en los pasillos de la morgue. Tenía la mirada descompuesta y huía de una sala precintada donde había un muerto. Después me confesó que estaba a punto de morir, que se ponía cloroformo en las mejillas para atrapar los labios de los hombres y que la muerte está vacía por dentro.

Quizá la solución para la muerte sea nuestro amor constan­te más allá de la vida y los espejos, reconocer el ruido de los gatos en las calles asfaltadas de los camposantos, perfumar los pistilos de la flores que oxidó la memoria, navegar mar adentro.

No sé al final que contesté cuando el maestro nos propu­so definir la muerte en una hoja de examen. Lo cierto es que hubo muchos estudiantes que anotaron crucigramas de revista, que despejaron fórmulas absurdas y que plagiaron versos de Panero.

Cuando me muera apuntaré paso por paso la maquinaria de la muerte. Redactaré con mil detalles las sustancias de su prisa y de su efecto. Responderé, por fin, por qué es tan seria, por qué nos acomoda en el olvido y a todo lo que ustedes me pregunten.

Después, cuando los timbres suenen, yo cruzaré el semáfo­ro tranquilo, feliz como un borracho.

 

Publicado en Señal, Mundanalrüido, 2010

 

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