OPINIóN
Actualizado 01/11/2014
Jorge Moreno / El Norte de Castilla

Pasearon por estas mismas calles, alguna de las cuales lleva hoy sus nombres. Con salmantinos de ayer departieron en vecindad, desde el púlpito, tras la reja o a pie de obra, y para los de hoy siguen teniendo un gesto o una palabra. Atentos a su tiempo, también supieron de santos antiguos y mártires de los primeros siglos, como San Arcadio y sus compañeros (visítese la parroquia de San Martín), pero no rehuyeron la llamada a la santidad y, sin pensarlo mucho pero sintiéndolo auténticamente, se pusieron a caminar, que era su hora. Es siempre hora.

 

La fiesta de Todos los Santos, por muy universal que sea y aunque nos invite, sobre todo, a sabernos en comunión con los santos elevados a los altares y los que, sin aureola o peana, gozan del inigualable altar del Cielo, es una magnífica ocasión para pisar las huellas de quienes aquí, en Salamanca, surcaron el "camino virgen" que para ellos guardaba Dios, como expresaba León Felipe. Pisar huellas para remarcarlas, para que la desmemoria o los descuidos no hagan por borrarlas, y para que conociendo su senda podamos ir dando, pacientemente, con la nuestra.

 

Santas mujeres, como Teresa, Cándida o Bonifacia, fundaron para fundamentar, reformaron para dar forma fiel al Evangelio, y no se achicaron ante los obstáculos humanos. En este Vº centenario de su nacimiento, al sepulcro de Santa Teresa de Jesús, en Alba de Tormes, peregrinarán miles de creyentes o buscadores de la Verdad. La Doctora nos dice "Discernimiento, Purificación y Reforma". A los de Santa Cándida y Santa Bonifacia, en sus colegios de Jesuitinas y Siervas de San José de la capital salmantina, también es posible peregrinar desde la gratitud a dos grandes luchadoras por la dignidad de la mujer.

 

Santos varones, como los agustinos Juan de Sahagún, patrono de la ciudad y la diócesis, y Tomás de Villanueva, en la Catedral Nueva, procedentes sus restos del extinguido convento de San Agustín. Nos dicen "Paz" y "Caridad". Cofundador de la Orden Trinitaria, el sepulcro del francés San Juan de Mata también se custodia en Salamanca desde 1966, después de una curiosa sucesión de controversias y concordias. "Libertad", nos pide, para los cautivos de nuestro mundo.

 

Santos que pasaron por las aulas de la Universidad salmantina para instruirse, como Juan de Ávila, e instruir, como Toribio de Mogrovejo. Santos que no tuvieron una acogida demasiado hospitalaria, como Ignacio de Loyola, o que cultivaron su vocación en nuestra ciudad, como Juan de la Cruz o Simón de Rojas. Que mendigaron y sirvieron, y se dieron por entero, como Sor Eusebia, la salesiana de Cantalpino. Que dieron su vida confesando la fe y perdonando a sus verdugos, como el deán Polo Benito y muchos otros beatos mártires del siglo XX. Que vinieron a Salamanca a dar testimonio de Cristo, como su vicario en la tierra, San Juan Pablo II, justo hace hoy treinta y dos años. Que murieron con fama de santidad, porque así lo percibían sus contemporáneos, como La Negrita, el padre Nieto, Sor Amparo del Sagrado Corazón, Sor Francisca del Niño Jesús y tantos que me dejaré en el tintero, de los que nunca nadie redactó una semblanza, y que Dios usó y sigue usando como tinta para escribir rectísimo en los corazones humanos, por muy torcidos que nos parezcan a veces sus renglones.

 

Fotografía: detalle de la Capilla de Todos los Santos o Capilla Dorada, Catedral Nueva de Salamanca.

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