OPINIóN
Actualizado 01/11/2014
José Luis Cobreros

Cercana la fecha de la consulta electoral, es muy común escuchar en la calle comentarios de todo tipo. Pero, ahora que la política se encuentra en sus horas más bajas, a nadie extraña que, esos comentarios, se realicen de forma descarnada y sin ninguna mesura.

Llamar corruptos a todos los políticos es una exageración y está fuera de lugar. Sin embargo, tendríamos que preguntar: ¿Qué ha llevado a la gente a formular tales aseveraciones?

Quizá los ciudadanos perciban hoy, con mayor nitidez, los efectos de la mala gestión pública. Porque, a la precariedad que ya sufrían, se han unido otros factores negativos: desempleo, embargo de vivienda habitual y los constantes escándalos de individuos que han utilizado sus privilegios, en detrimento de los más desfavorecidos. Cuesta creer que algunos personajes, por unas migajas añadidas, hayan echado por la borda su boyante posición. 

También oigo comentarios acerca del sentido del voto; es decir, sobre la opción política más favorable para determinados sectores. En el planteamiento de esta cuestión, descansa el egoísmo más descarado de quienes entienden la política como una actividad orientada a la defensa  de intereses particulares. Así está ocurriendo en la actualidad y el resultado todos lo conocemos. Hora es de que los jueces ajusten el fiel de la balanza.

No es momento de sembrar confusión entre los ciudadanos, pero sí de obligarles reflexionar. Un tiempo nuevo se abre en la escena política. Los jóvenes, hasta ahora, aletargados en los distintos pliegues de las capas sociales, llegan a la política con fuerza y lo hacen con la convicción de que las cosas no pueden seguir como están. Tienen a su favor el enorme respaldo ciudadano, fruto de la decepción generalizada a causa de tantos escándalos.

La época de manifestaciones y protestas juveniles ha quedado atrás, es momento de encarar un tiempo nuevo y utilizar las herramientas que otorga el juego democrático.  Que nadie se engañe, los jóvenes de esta generación, excelentemente formados, serán capaces de cambiar el curso de la historia, aportando a la política nuevas formas de actuación en los planos social y económico. Les falta la experiencia, pero ¿quien puede tutelar esta fuerza que emerge en un momento de tanta desconfianza?


Es posible que estos jóvenes, considerados  generación perdida,  puedan desprenderse del lastre heredado de sus antecesores y, en un esfuerzo de innovación política, sean capaces de generar nuevas formas de ejercer la vida pública, al menos, con la formación, el empeño y  honradez que requiere tal actividad. De no ser así, tendríamos que reconsiderar la viabilidad de nuestros sistemas democráticos. Pues, no han sabido garantizar  el pan para los más débiles ni corregir los desajustes generados por una legión de corruptos infiltrados en las instituciones. 

Pero, siempre fue la política una actividad polémica, para cuyo ejercicio, no basta la honestidad, huérfana de otras aptitudes. Un buen bagaje intelectual es necesario para percibir las carencias que afloran en la sociedad antes de que estas se conviertan en problemas.

Como habrás observado, en la actualidad, pocas veces se plantean cuestiones de calado en el escenario político. Me refiero a leyes eficaces que reviertan en  los ciudadanos; para que los beneficios, a modo de vasos comunicantes, lleguen a todas las capas sociales. Casi siempre el ejercicio político se orienta a la defensa de privilegios, dentro de un grupo social, cuyos intereses han de ser defendidos de otros conjuntos o corrientes políticas que, a su vez, persiguen lo mismo. ¿Quién piensa en los votantes después de las elecciones?

Somos los ciudadanos quienes, a través de nuestros votos, otorgamos el poder a una u otra fuerza política pero, superada la fase electoral, perdemos interés, entre otras razones, porque los que empuñarán el timón de la función pública lo harán sin tener en cuenta las promesas realizadas en sus campañas electorales. Se utiliza a los ciudadanos como un medio, no como el fin donde tendrían de converger todas sus actuaciones posteriores. 

Poco hemos avanzado si, al tiempo que se defienden intereses de tipo económico, se excluyen otros aspectos de la vida social. Ha llegado el momento de que los políticos, en general, escapen a la servidumbre de su militancia y reparen  en las verdaderas necesidades de la comunidad que representan. De no ser así, poco  importa la opción política elegida. 

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