RAÚL BLÁZQUEZ |
Y ahí están, yacientes pero eternamente dispuestos a proteger a los que aún no dividieron el alma del cuerpo terrenal, incesante camino hacia lo desconocido. Almas que resuenan tras los fríos mármoles, escondidas entre flores y rezos de aquellos que hoy lloran su pérdida carnal.
Cementerios como el de Peñaranda, Campo Santos de ánimas que recogen recuerdos y vivencias de un envoltorio que hoy se ha vuelto ceniza que el viento se llevó, tras las puestas de sol y los sin sabores del quise y no pude. Hoy todo se envuelve en recuerdos, en sensaciones de sentimientos frágiles demostrados en gestos y palabras silenciosas que recorren tímidamente las frías lápidas a las que acuden como almas en pena aquellos que observan a los caídos como desgarradoras sensaciones de un tiempo pasado a los que solo la mente y la sensación de no haberse ido mantienen encendida la ilusión de una vida carnal y terrenal.
Hoy todos nos hemos identificado con una gélida piedra, esa que contiene anhelante a los caídos en la batalla de la vida, aquellos que un día se fueron pero que por siempre descansaran junto a los resentidos seres que continúan una particular lucha tan estética como fingida.