Desde mi casa no se ve el mar
Desde mi casa no se ve el mar.
El solar, con vocación de tierra de nadie, es de espíritu pobre, venido a menos, como en las familias donde falta el padre? antes de tiempo.
Los cimientos, roídos de muérdago, apatías y desganos, abren de par en par sus muñones a los cielos, implorando a los aguadores de lágrimas, subsidios y jubileos.
La fachada limita con un paredón de sillarejo, enlucido con argamasa de abandonos y soledades.
Los muros, saqueados por esos vecinos resentidos y desleales, han visto desaparecer uno a uno los sillares. Con ellos las plañideras han levantado sus puertos, sus fábricas y sus mercados.
La techumbre, podrida por las caries de ineptos, bobos, corruptos, avaros, lenguaraces, figurones, demagogos y fantasmas, ya no ampara nuestros sueños.
El jardín, páramo sin esperanzas, conserva las dolorosas erecciones de unos girasoles renegríos y cabizbajos. Brumoso ejército mercenario, donde la imaginación no llorará sus frutos sobre las cicatrices del suelo.
A esta muda casona de indiano, hecha de olvidos, garabatos de miedo, y resignaciones, ya no viene nadie. Primaveras y golondrinas hace siglos que emigraron. Si acaso, en otoño, las hojas secas saltan sus paredes arrumbadas, y corren a empedrar los suelos como si fueran manos ocres que crujen al pisarlas.
Desde mi casa no se ve el mar.
Ni se adivina.