OPINIóN
Actualizado 27/10/2014
Alfonso González

Desde mi casa no se ve el mar

Desde mi casa no se ve el mar.

El solar, con vocación de tierra de nadie, es de espíritu pobre, venido a menos, como en las familias donde falta el padre? antes de tiempo.

Los cimientos, roídos de muérdago, apatías y desganos, abren de par en par sus muñones a los cielos, implorando a los aguadores de lágrimas, subsidios y  jubileos.

La fachada limita con un paredón de sillarejo, enlucido con argamasa de abandonos y soledades.

Los muros, saqueados por esos vecinos resentidos y desleales, han visto desaparecer uno a uno los sillares. Con ellos las plañideras han levantado sus puertos, sus fábricas y sus mercados.

La techumbre, podrida por las caries de ineptos, bobos, corruptos, avaros, lenguaraces, figurones, demagogos y fantasmas, ya no ampara nuestros sueños.

El jardín, páramo sin esperanzas, conserva las dolorosas erecciones de unos girasoles renegríos y cabizbajos. Brumoso ejército mercenario, donde la imaginación no llorará sus frutos sobre las cicatrices del suelo. 

A esta muda casona de indiano, hecha de olvidos, garabatos de miedo, y resignaciones, ya no viene nadie. Primaveras y golondrinas hace siglos que emigraron. Si acaso, en otoño, las hojas secas saltan sus paredes arrumbadas, y corren a empedrar los suelos como si fueran manos ocres que crujen al pisarlas.

Desde mi casa no se ve el mar.

Ni se adivina.

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