OPINIóN
Actualizado 26/10/2014
Andrés Alén

Conocí a un sabio, son raros los sabios, este era insaciable con el saber y, como sabio, detectaba con naturalidad lo excelso,  de ello se alimentaba. Me emocioné cuando recién trasladado a los Paúles desde su casa de Maldonado Ocampo visité su biblioteca y comprobé que ella era un dibujo perfecto de su vida, intensa y limpia, donde todo lo humano se iluminaba con la mejor luz del alba, que separaba esa otra luz artificial y enferma de la mediocridad que hoy tanto se respira. Antología escrita en varios idiomas por hombres sensibles para ser leída por un hombre que quiera crecer.

Dios, la música y el arte, fueron la trinidad que conformó su vida. A ellos sirvió su gran talento, su exhaustiva dedicación. Fundamentaba su solvencia en un profundo conocimiento de la cultura clásica, pero siempre me pareció que leía  la historia de forma muy distinta a los demás: de lo actual, lo más vanguardista, lo aparentemente nuevo, hacia atrás, buscando siempre su arraigo, rescatando lo vigente y desdeñando lo muerto. Reconocía el rio y se remontaba al manantial, que es una forma muy borgiana de interpretar el tiempo, sí, como Borges era un mago del lenguaje y de la precisión.  Metódico, profundo, paciente, aún algo más que no sé definir más allá de su acogedora palabra, de sus lecciones magistrales, algo cercano al tacto que te toca y sana. Quizás es amistad, no busco el exceso que no toleraría su elegancia sencilla que nunca desbordaba en innecesarias prebendas, pero sí el definir su mapa de sabiduría: El largo recorrido buscando a Orfeo en el arte antiguo que le sirvió de tesis, sus incursiones en  filosofía, desde Parménides a hoy, poesía, que la veía tan cercana como la música; Nadie sabía en un tiempo de Anton Webern o Alban Berg, y él ya los tenía como deslumbradores diamantes y hondos manantiales para sus oídos prestos a recibir las cumbres. Apenas nadie, quien era Mark Rothko  o  Cy Twombly , y el ya había recorrido ese camino frágil  desde Paul Klee. Su relación con el grupo de Cuenca, el más refinado y culto que nos dio el arte, Zobel, Rueda, Manuel Rivera, muy especial con Gustavo Torner del que fue cuidadoso biógrafo y degustador, lo mantuvo siempre en esa vanguardia del arte que entreabría puertas  en un ciertamente tiempo de oscurantismo. Abrir el corazón es lo que hacía y con ello sembraba, y esperaba las flores y los frutos y muchos daba. 

Serenamente, su vida liberada, quedó dormido en santidad. El don de la palabra se hizo verso, ceniza de rosas, purísimos pigmentos, "Todo el azul se concentró en tu manto", Enrique R. Paniagua, solo tú puedes desde tu místico aliento, despedirse con el gran encuentro que siempre deseaste. Sea.

 

SONETO DEL SOSIEGO FINAL

Señor, en tu presencia estoy contento.

No temo tu inspección o mano dura,

Porque sé que me hieres con blandura

Y que me quieres más de lo que siento.

 

De lo profundo clamo, cuando intento

Con angustia emerger de la negrura,

Y a lo profundo bajas con ternura

A sacarme, otra vez, del hundimiento.

 

Después de tanto miedo, al fin confío.

Después de tanto devanar, sosiego.

Después del largo lamentar, sonrío.

 

Ya no quiero tentar la nada, ciego.

Ya no digo: Nacer fue un desvarío.

Y, pues conmigo estás, a Ti me entrego.

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