OPINIóN
Actualizado 25/10/2014
Tomás González Blázquez

Si tuviera que llevarme tres cosas del país vecino (Portugal es otra historia) a una isla desierta, escogería La Marsellesa, "Al final de la escapada" y una antología de Goscinny en la que no falten las aventuras de Astérix y El Pequeño Nicolás, con ilustraciones de Uderzo y Sempé respectivamente. Por eso, ver el nombre de uno de los personajes más queridos de mis lecturas de infancia asociado a fraudes y mentiras megalomaníacas, merece mi modesto pero sentido desagravio.

 

Es como si al gordo Alcestes, su mejor amigo, que traga como una lima, le confundieran con un sindicalista amigo del pueblo que paga sus mariscadas con el dinero de los parados andaluces. O como si a Joaquín, por defender a su hermano, le tomaran por una Marta Ferrusola al uso que esgrime los derechos familiares de mordida y desfalco por los servicios prestados a la causa de liberación nacional. Sería el mismo caso de que al pobre Rufo, que quiere ser de mayor policía como su padre, le asociaran a los desalmados que abusan de la autoridad conferida para servir al bien común y a la seguridad, excusándose en fronteras e ignorando la dignidad humana. O si a Eudes, por tener esa costumbre de buscar con el puño la nariz ajena, le metieran en el descastado saco de los que aspiran a tomar el cielo no por consenso sino por asalto, que como todo el mundo sabe es el camino más democrático.

 

Es como si a Majencio, el de las piernas largas, por correr muy rápido le tomaran por un peligroso y desconocido virus, un tal Ébola, que hay que investigar cuanto antes ahora que ya no sólo mata negritos del Domund y que incluso puede afectar a médicos que tienen la vida resuelta (¡ja!, señor consejero). O como si dijeran al consentido Godofredo que su padre la paga los caprichos a base de sobres opacos y opacas tarjetas, de esas cajas de ahorros otrora tan dadivosas. No quiero imaginar al pobre Clotario, el último de la clase, confundido con un sindicalista de profesión estudiante dedicado a la huelga y a la "manifa" pero jamás al estudio. Ni tampoco a Agnan, por muy chivato que sea y odiosa que resulte su condición de ojito derecho, igualado a cualquier aspirante a miembro de pandilla de este otro "pequeño Nicolás", la pandilla que nos va amargando cada día la hora de comer cuando ponemos las noticias. Nada que ver con el auténtico pequeño Nicolás y sus amiguetes.

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