OPINIóN
Actualizado 22/10/2014
Rafael Bellota Basulí

    En 1943, Abraham Maslow definió una pirámide de cinco niveles que iba desde un nivel básico que se limitaba a satisfacer las necesidades fisiológicas hasta un máximo nivel en el que residía la realización personal.

  Encontrar un trabajo, obtener riqueza, un reconocimiento social, una familia feliz y una vejez tranquila, posiblemente sea a lo que aspira(mos) la mayoría. Ese proyecto de vida alcanza como mucho a un cuarto nivel, dejando el quinto a un estado que pocos llegan a alcanzar y que, en contra de lo que pensaba Maslow, no creo que necesite de los anteriores, salvo de esas necesidades básicas, para llegar a él.

  Estamos viendo en los últimos tiempos cómo los humanos buscamos alcanzar ese nivel que nos permite gozar del máximo de bienes, de la mayor cantidad de placeres que este mundo nos puede ofrecer.

  Es evidente que el dinero permite amortiguar la mayoría de los inconvenientes que en la vida se presentan, pero, el valor que realmente tiene no es casi nada cuando no alcanza para poder comprar la salud o el amor, si bien es cierto que 'todo lo demás' se puede comprar con él.

  Ese 'todo lo demás' es lo que realmente anhelamos convirtiéndolo y engañándonos en que esa será nuestra realización personal, ese quinto nivel que, teniendo todo lo anterior, olvidamos.

  Vamos por la vida sin un proyecto, al menos sin un proyecto que no pase por amasar riqueza, comodidad y egoísmo.

 Yo que no soy una persona creyente ni menos religiosa, tengo que admitir que cuando busco alguien que se salga de estos esquemas que ahora critico, tengo que remitirme, salvo alguno que va por libre, siempre a los mismos, religiosos, cooperantes,... personas que dedican su vida a otros menesteres mucho más altruistas.

El resto nos pasamos la vida renegando de lo que nos falta sin pensar en lo que tenemos, educando y educándonos en nuestra avaricia.  

Es lícita la superación, el progreso, el avance, pero dejan de serlo cuando no tienen otro fin más allá que el de nuestra propia comodidad.

  Todos los 'afortunados' que hemos caído de este lado del mundo, los de arriba a la izquierda, los del primer mundo, esos que estamos muy arriba en la pirámide, nos echamos a temblar en cuando aparece algo que nos hace sentir el 'temor' de perder lo nuestro, pero nunca nos arriesgamos sentir el 'amor' de compartirlo.

 

 

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