OPINIóN
Actualizado 22/10/2014
Fermín González

"Público de toros, suma de subjetividades cuyo resultado es la infalible objetividad".

            Se ha considerado no pocas veces por elementos detractores, o poco aficionados al festejo taurino, que las corridas de toros son eminentemente dramáticas, y es cierto que pocos espectáculos de masas encierran momentos emocionantes y en algunas ocasiones también escalofriantes y trágicos, pero es muy cierto también que la fiesta en sí, goza en  muchos momentos de intima alegría.

Si bien es verdad, que pasaron aquellos tiempos tantas veces evocados, en que por las calles y avenidas que conducían a las plazas de toros, se llenaban de curiosos para ver el ir y venir de los concurrentes al coso taurino, que ya de por si constituía un agradable, bullicioso alegre y pintoresco espectáculo que dejaba constancia, que nadie era ajeno, ni podía sustraerse a una tarde de toros. El gentío tomaba posiciones en puntos estratégicos de las calles, balcones y aledaños de las puertas de cuadrillas para ver y al ser posible cruzar la mirada, sonrisa o el saludo del matador del matador más o menos ídolo o figura, que lograba adueñase de su atención. Era aquel un arte de ese espectáculo gratuito, callejero, tan vistoso, tan alegre y tan simpático. Es por tanto verdad, que la fiesta de los toros, además de incertidumbre, seriedad, cogida y grito angustioso, nos ofrece vistosos momentos que captan la bondad, la luz, el colorido y no pocas veces la auténtica alegría. Pero además :                                        La fiesta de los toros, no es espectáculo adecuado para espectadores solitarios, ya que los acontecimientos que van sucediéndose durante la tarde originan urgentes deseos de comentar con el vecino de localidad los distintos aspectos de la lidia. En los toros a la inversa de lo que sucede en otros espectáculos, el público es el que habla y también de modo contrario al fútbol, es el que actúa de árbitro y juez, debiendo dar sentencias rápidas, sin que las cifras inapelables de un marcador condicionen la soberanía de su juicio.

Por estas características de la fiesta, surge (o, al menos antes surgía) en pequeños grupos (tres, cuatro, cinco amigos), que exteriorizaban al mismo tiempo su opinión, siendo iniciadores de los aplausos o de las protestas que luego en libre referéndum, rechazaba o admitía el tendido o la plaza entera. Eran los francotiradores, que tanto en la plaza, como en bares, tabernas, colmados, figones, círculos y casinos, lanzaban el virus de su afición contagiando a todo bicho viviente. ¡Cómo han cambiado los gustos y como las preferencias de los públicos! Pero cabe preguntar: ¿Es el aficionado de hoy más feliz que el de ayer? Hemos de reconocer que los aficionados antiguos, mostraban mayor conformidad que hoy para aceptar cosas. Sin embargo, actualmente se aplauden, se exaltan y producen entusiasmos sin límites ante ejecutorias de tan poco mérito y de tan poco gusto, como de falta de razón, donde cada nuevo aficionado, se cree el primero del mundo. Asiste a unas corridas, hace unas preguntas a sus vecinos de tendido, y su "cacerola" hierve y, sale un cocido espumante, fuerte de sabor e ingredientes, que no es capaz de digerir.-

 

            

 

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