Cada latido de este corazón universal que denominamos "el mundo" provoca inmensas convulsiones allá, donde algún elemento inadaptado, impide su expansión o contracción en régimen de libertad.
El análisis pormenorizado de esos movimientos nos obliga recapacitar, antes de abordar la difícil tarea de convertir en palabras las peculiaridades del día a día.
Pero, existe un peligro latente al elaborar la información. Pues, al tiempo que se narran los sucesos que obligan a la humanidad a discurrir por determinados caminos, hay algo en nosotros que nos vacía de imparcialidad. Casi siempre volcamos la impresión particular; la propia interpretación sobre los hechos que tratamos de exponer. Así, nuestras crónicas, al tiempo que pierden gran parte de su objetividad, adquieren un matiz subjetivo; una adherencia particular que altera enormemente la veracidad de la información.
Aquellos que viven en primera persona la experiencia de los hechos, casi siempre arrogan a su causa el carácter de la noticia, es decir, se emite una información sesgada o espectacular, según convenga. De ahí que la información siempre haya tenido tanta importancia en el desarrollo de las relaciones humanas.
En este bazar de bagatelas, donde transcurre la mayor parte de nuestra vida, pocas veces tenemos la oportunidad de obtener verdadera información. Pues, mucho de lo que leemos o escuchamos en los medios, se encuentra viciado en origen y no tendría que ser difundido. La enorme manipulación de los medios, muchas veces para eludir la responsabilidad de determinadas personas, multiplica nuestra desconfianza.
Entonces, si buena parte de la información que se ofrece, cumple otra función muy distinta a la de informar, es decir, la de obligarnos a interpretar los hechos partiendo de premisas falsas ¿cómo se escribirá la historia? ¿Quién será capaz de plasmar la realidad en medio de tanto desarreglo?