Cuando analicemos el primer gobierno de Rajoy comprobaremos que hubo un antes y un después en la gestión de la crisis del Ébola. Ahora que el gobierno se disponía a presentar unas cuentas menos restrictivas y parecía que la segunda parte de la legislatura podría conseguir que remontaran las encuestas, el Ébola irrumpe inesperadamente. No lo hace de una manera discreta como un problema de impericia o imprudencia sino como un problema de habilidad política con mayúsculas.
Hasta ahora, el reformismo gubernamental se amparaba en el lado amable de la política, como si todo fuera un problema de cuentas, leyes y encuestas. La política pública está llena de lados desagradables, grises y hasta miserables, para los que tenemos que estar vacunados todos, políticos y ciudadanos. Algunos han descubierto estos días a Hans Jonas y recuerdan lo que les contamos en clase de la heurística del miedo. No creían que la responsabilidad de gobernar exigiera mirar de frente el lado sacrificial de la política, dar la vida por principios, mantener convicciones, apelar a valores, asumir riesgos y tener coraje para gestionar decididamente la incertidumbre. Jonas reivindicó una nueva forma de afrontar la ética pública basada en el principio de responsabilidad. Incluso lo llegó a formular como nuevo imperativo categórico porque las consecuencias de la experimentación científico-técnica tienen tales dimensiones sociales que exigen siempre extremar la prudencia. Aquella prudencia compasiva del verano debería reforzarse y corregirse ahora con prácticas de comunicación, convicción y movilización.