OPINIóN
Actualizado 15/10/2014
Fernando Segovia

 Casi en la gloria. Una tarde de otoño (ya dentro de toda normalidad, la feliz normalidad) en un concierto. Esa ansiada reconciliación con el tiempo, con el espacio, con el alma, con todo lo bueno de la música. Sentarse en una sala repleta de público (eso sí, era gratis), y escuchar a más de sesenta voces jóvenes cantando viejos y nuevos cantos, tan melodiosos, tan sencillos y acogedores, reconfortantes. Los Endless Voices de Gante. Verse rodeado, literalmente rodeado, de voces cantando al unísono en viejo latín el Ubi Caritas. Pues eso, casi en la gloria.


          No sé qué más podría faltar. Quizás no sea demasiado exigente para la magia. Debería de reconocer. Me creo bien el truco. Soy dócil para creérmelo. El excelso truco de haber compuesto tales armonías. E interpretarlas con corrección exquisita. Aunque alguien más exigente que yo diga a mi lado que es muy ligero el concierto. Que me conformo con poco. Que está bien, pero carente de más enjundia en las músicas, y demás. Y puede que tenga toda la razón pero hoy no debo de creerle. Está bien así. Hoy quiero ser así de ingenuo, casi feliz con el estupendo regalo. Y seguir pensando que esos jóvenes, todos los jóvenes, tienen en su mano y en su voz el seguir renovando el mundo aunque sea con las viejas y sencillas músicas de siempre. Todo el poder de sentir y hacer sentir algo tan sencillo y profundo a la vez. El poder transportarme esa tarde durante una hora y media hasta la gloria. Casi a la gloria. ¿Alguien da más?

 

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