OPINIóN
Actualizado 13/10/2014
Sagrario Rollán

A veces se habla demasiado de diálogo intercultural, diversidad y pluralismo, de tolerancia en las relaciones sociales y políticas. Sin embargo con frecuencia se utilizan estos términos para quedar bien, con gran desconocimiento y ligereza , por  parte de personas o entidades que no albergan ni voluntad ni compromiso real con el desarrollo de los individuos y los pueblos.

En una sociedad del conocimiento, quien tiene los medios para investigar y difundir domina e impone los patrones culturales, las categorías conceptuales, las herramientas técnicas de comunicación y la producción de mensajes. Mas la cultura de estas  sociedades se caracteriza por la apariencia, el brillo efímero de los mensajes, la rapidez con la que aparecen y se eclipsan  modas, actitudes, valores, etc. Todo esto genera un modo de estar y crecer -pienso sobre todo en niños y  jóvenes- en la superficie de las cosas y las relaciones, así como en lo más exterior de sí mismos. La atención de conciencia débil, fluctuante y balbuciente, que conlleva, hace crisis con relativa facilidad ante contratiempos e imprevistos, exigencias normales de la vida, en la necesaria asunción de responsabilidades como el trabajo, la maternidad, el cuidado de personas dependientes etc., es decir, ante cualquier eventualidad que rompa el ritmo fácil  de disfrute.

Se deteriora la atención a la lentitud de los procesos vitales y espirituales en pro de una tensión multiplicada al infinito y crispada hacia objetos y mensajes procedentes de fuentes mecánicas o electrónicas, cuya velocidad y facilidad de acceso satisfacen el afán de novedad que consume,  sin colmarlo,  el espíritu de nuestros adolescentes.

Carecemos tanto en la vida familiar y social, en los programas escolares, o en los proyectos culturales,  de atención al estudio y a  los hechos, que posibilite el desarrollo de la conciencia y la formación consecuente  de la capacidad de discernimiento, a fin de orientarnos en un mundo de valores cambiantes y contagiados.

La filósofa Simone Weil , ensalza  los estudios por la oportunidad que brindan  al escolar de desarrollar esa cualidad fundamental de la atención, más que cualquier otra, liberado como se encuentra el niño o el joven de la presión que la necesidad  o el trabajo imponen. Ella coloca la atención  en el grado más alto de adquisiciones del espíritu, en detrimento de cualquier conocimiento particular: " Felices pues aquellos que pasan su adolescencia y su juventud solamente ocupados en formar este poder de atención. Sin duda no están más cerca del bien que sus hermanos que trabajan en los campos y en las fábricas. Quien atraviesa los años de estudios  sin desarrollar en sí esta atención ha perdido un gran tesoro "

Hoy sabemos que una jovencísima muchacha paquistaní estaba en la escuela,  ¿dónde si no? , el sitio donde más deseaba y le gustaba estar a Malala, cuando se le ha comunicado el merecido  Nobel de la Paz por este deseo, esta defensa y este derecho de aspirar a cultivar el espíritu estudiando, algo de lo que tantas niñas en el mundo carecen.

 

 

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