OPINIóN
Actualizado 11/10/2014
Ángel González Quesada

Comprobada ya la falsedad de aquella letanía buenista que, hace unos pocos años, al descubrimiento de cada caso de corrupción política oponía la fervorosa jaculatoria que afirma, sin prueba alguna, que "una inmensa mayoría de los políticos son decentes y honrados", hemos arribado a los días de la desconfianza total, no ya sólo en la decencia u honestidad de los políticos, que también, sino de los gestores privados de multitud de instituciones ?bancos, cajas, hospitales, constructoras, asociaciones, federaciones, círculos, fundaciones...-, que transparentan sus trampas, sobornos, robos, desfalcos, falsedades y delitos fiscales de todo tipo en cuanto les roza cualquier indagación. Y, también, su palmaria incompetencia.

Multitud de cargos, carguitos, jefes y jefecillos, asistentes, secretarios/as, presidentes y presindenciables, candidatos, herederos, amiguetes o vividores de toda laya, sin preparación ni motivo racional para serlo, se ven día sí día también implicados, manchados, contagiados o directamente denunciados en una papilla nacional de podredumbre e inmoralidad que no hace distinción de ideologías (? ), llámense los asuntos tarjetas de crédito, operaciones bancarias, proyectos urbanísticos, fiestas de cumpleaños, financiaciones irregulares o ventajosa participación en consejos de administración o asesorías empresariales. Estas últimas, por legales, más sangrantes todavía.

No serán estas líneas las que caigan en el tópico de la inconsciente generalización -que cerca están-, pero tampoco las que rompan una lanza por los integrantes de un sistema político-económico que hiede insoportablemente y al que es improbable que se avenga a tratar de limpiar quien está metido en él de hoz y coz, y mucho menos los pobres cuatro curritos de cuarto y quinto escalón, machacas de los señoritos, correveidiles provincianos que no se enteran y, por eso, impotentes para hablar. Por eso suenan tan falsos los proyectos de regeneración en boca de quienes, directamente o por complicidad o pasividad, han perdido ya toda autoridad para proponerlos; por eso no se esperan ya explicaciones coherentes sobre los grandes problemas; por eso esta siembra de vientos de deshonor cosecha tempestades de desprecio.

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