OPINIóN
Actualizado 05/10/2014
Raúl Vacas

Te llamaré más tarde, amor,

para decirte de una vez

que volveré a este infierno cada noche

después de recoger la mesa

y tus caricias

y elegir un deseo para entrar en tus ojos.

 

Tú me dirás, en cambio y al oído,

lo mucho que me quieres.

Me contarás, quizá,

cómo te fue en la esteticién,

si fuiste al cementerio al mediodía

para regar las flores

de la abuela,

si cobraste por fin el mes de octubre.

 

Yo entonces tocaré tus labios

en silencio,

te ataré a mi costumbre con sedal

de cometa,

pintaré en tus mejillas

el contorno de un beso,

te soñaré en voz baja.

 

Siete trompetas de siete países

que no existen me anunciarán

tu cuerpo y tu saliva en el minuto exacto.

 

Entonces, sólo entonces, podremos

?a escondidas?

desenjaular el tacto y la mirada

y amarnos como siempre

hasta la víspera del tiempo,

más allá de la muerte.

 

Y así, como llegados de la noche,

cielo y tierra en un solo paisaje

acogerán,

cuando sumemos nuestros cuerpos,

los gritos de la dicha

de sabernos por siempre

y para siempre

y por los siglos de los siglos

en la paz del infierno.

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