OPINIóN
Actualizado 05/10/2014
Maguilio TAVIRA

 Uno ve la tele o lee las noticias o escucha la radio y, algunas veces ?muchas, demasiadas por desgracia- le estremece tanto lo que se ve, publica o difunde que necesita buscarle un por qué. Y lo primero que se halla en el repertorio racional es la distancia, la diferencia, la ajenidad de sí mismo.

         Esos uniformados que patean a un iraquí ni son del Ejército Español ni son de la especie humana, piensas inmediatamente. No reconoces en ellos a seres humanos: no son mis semejantes; me niego a aceptarlo ?dices para ti con íntima y sólida convicción-. Y cuando, aun no repuesto totalmente del pantallazo brutal, otra nueva salvajada nos sacude desde alguna comisaría argentina, vuelve el mismo rechazo ?por la reiteración más intensamente- a llevarte a la misma conclusión: no son seres humanos.

Al tiempo  y, sin darse cuenta uno, como involuntariamente, le viene a las mientes los relativamente recientes casos de mossos catalanes condenados por torturar a detenidos o las imágenes del mismo cuerpo policial apaleando a un ciudadano en plena calle. Y se reproduce el proceso racional inconsciente de extrañarlos de la especie.

         A medida que la indignación inicial va dando paso al sosegado análisis se pregunta uno por qué, qué especie de tara psicológica puede llevar a semejante desatino, qué cable se le debe de soltar a tales individuos para animalizarse de tal modo y conducirse como auténticos subhumanos sin entrañas ni cerebro. Y comienza uno a irse dando cuenta poco a poco de que tal vez se llega invariablemente a esa primera, cuasi refleja y cómoda conclusión, porque cuesta aceptar que no sea así. Se hace muy cuesta arriba plantear que puedan ser completamente humanos, como usted y como yo, dotados de las mismas capacidades y potencias y de idéntico raciocinio. Cuesta mucho, porque eso lleva a concluir que, en tal caso, esa conducta, si no tiene una etiología patológica congénita, es voluntaria, consciente y libremente querida y racionalmente buscada. Y eso espeluzna.

         Que un ser humano, con plena advertencia y perfecto consentimiento de lo que hace, pueda llegar a animalizarse de tal modo, pueda llegar a querer destruir a un semejante por el simple goce que obtenga destruyéndolo, resulta un pensamiento sobrecogedor. Tan intenso y terrible, que tendemos a rechazarlo. Y por eso ?me parece- al buscar una explicación suficientemente plausible y tranquilizadora, tendemos reflejamente a excluir al bárbaro de nuestra especie.

Nos negamos a aceptar que pueda ser como yo ?mi semejante- no por el prurito de ser yo mejor que él, sino por miedo a que pueda llegar yo a ser como él.

Eso es lo inaceptable. Si un hombre es capaz de la barbarie es porque esa capacidad es humana y, por tanto, no un hombre sino el hombre, cualquier hombre, todos los humanos serán igualmente capaces también de ello.  Y el escalofrío que te recorre cuando alcanzas a vislumbrar que también tú serías capaz de lo mismo, te lleva a tachar de inhumano lo que por ser humano es temible, y al dar en preguntarte con qué clase de monstruo llevas durmiendo toda la vida, te asustas.

Y esa zozobra te lleva al convencimiento de que no se puede dejar solos a los hombres, constantemente hay que vigilarlos y más cuanto más poderosos sean.

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