OPINIóN
Actualizado 04/10/2014
C. E.

Nuestra vida transcurre inmersa en un universo de relaciones causales. A una causa le sucede un efecto, un resultado. Muchas veces  desconocemos el origen de ese resultado, de ahí que algunos lo explican, equivocadamente, invocando al azar o la suerte y otros a la ingerencia de poderes sobrenaturales. Pienso que esta forma de reflexionar lejos de ser engreida es mas bien humilde y, sobre todo, "realista". Ese entrecomillado a la realidad, sin embargo, nos llevaría a un debate que no corresponde aquí y ahora introducir. En todo caso nos movemos en una "realidad", que mas o menos la humanidad ha sabido hasta la fecha manejar con resultados algunas veces beneficiosos socialmente hablando. Tal beneficio se obtiene de la interacción de dos condiciones. Una,que la actuación venga precedida de una profunda reflexión que sea capaz de emitir un diagnóstico comprensivo de la mayor cantidad de causas que han desembocado en el conflicto de intereses. Dos, que la solución propuesta esté encaminada a subvenir las necesidades de una mayoría social y no de una minoría. Pues bien, lo más desalentador que nos toca vivir en estos momentos de crisis aguda, aún más que el descalabro social, es: uno, la simpleza, la necedad cognitiva de nuestros representantes políticos; y, dos, la absoluta falta de principios éticos en sus propuestas (y en su comportamiento personal). ¡Así no salimos¡ De fijo, así no nos liberamos del cepo la mayoría de nosotros. Digo la mayoría, dado que una minoría nunca ha sufrido en sus carnes nada relevante. Incluso, si cabe, aquellos pocos aún se han hecho más ricos. En el fondo esos señores que administran y hacen la ley han tirado la toalla o se echaron a la cuneta. Creo sinceramente que se sienten desbordados e incapaces de conducir a puerto seguro esta nave en la que vamos todos. Hoy prometo y mañana (des)prometo. Uno dice que ¡ya¡, ¡ya se ve al sol despuntar¡ y el otro de su equipo, al mismo tiempo, ¡ojo¡ Dicen nuestros políticos, de uno u otro signo, que mandan y, en los hechos, nada mandan aquí, ni te cuento en Europa. Por eso el desaliento que uno siente. Esos señores huyen de la política con mayúsculas y se refugian in extremis en los tribunales (complacientes) y en la letra de la ley. Les "pone" eso de la legalidad y para nada eso de la legitimidad. La legitimidad echa sus raíces en la Constitución y en caso de conflicto en la Declaración de los Derechos Humanos (en la calle en suma). Cuando ella, la legitimidad, y sólo ella es la que sustenta la legalidad. En Africa del Sur el apartheid era legal y, sin embargo, era absolutamente ilegítimo. Arrojar al arroyo a unos ancianos insolventes podrá ser legal y, sin embargo, es absolutamente ilegítimo. Rescatar un banco privado con dinero público es legal y, sin embargo, es absolutamente ilegítimo. Y así un largo etcétera. En fin, en esta cruel batalla, los barones y baronesas hace tiempo que desertaron de las trincheras ciudadanas. Tras si, dejaron promesas incumplidas y sentencias grandilocuentes: unos, "tolerancia cero frente a la corrupción", otros "tolerancia cero frente a la corrupción", por ejemplo.

 

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