OPINIóN
Actualizado 03/10/2014
Isabel Muñoz

Desde la Transición, ha sido causa común de los partidos mayoritarios  hacer creer a los ciudadanos que la única manera posible de gobernar era la suya.  Una manera de gobernar profundamente antidemocrática,  pues esta élite se declaró por su cuenta y riesgo superior al resto de los mortales del país, a quienes consideraron de facto menores de edad, incapaces por lo tanto de saber o procesar según qué cosas.  De esta manera,   esta élite, heredera directa del franquismo en el caso del PP y aupada por el capital y el amigo alemán y el amigo americano en el del PSOE,  nos ha  aleccionado, cuando no ocultado, convenientemente durante estos cuarenta años, con la ayuda inestimable de los medios de comunicación, voceros y besamanos varios, estómagos agradecidos en todo caso, sobre lo que era bueno o malo para la Democracia y lo que debíamos o no debíamos saber.  De hecho, todo se hacía por el bien de la Transición y de la Democracia. Y así,   consensuaron una ley electoral injusta y antidemocrática, se  blindaron con aforamientos y otras leyes, se aseguraron el futuro  con suculentas pensiones de por vida   y con  cargos en los consejos de administración de  las grandes empresas  privadas,  politizaron hasta extremos vergonzosos el poder judicial, trapichearon con los nacionalismos y los nacionalistas, y taparon conductas vergonzosas y delictivas, pensemos sin ir más lejos en la opacidad de la Casa Real y en los chanchullos del monarca y su familia,  o en el caso de Pujol y su banda, ¿quién dio carpetazo a lo de Banca Catalana, nada más que los políticos? Esta manera de gobernar solo podía terminar como ha terminado, con una  corrupción cuasi generalizada y una desafección ciudadana hacía la política y los políticos.  Que seguramente es injusta porque en los dos grandes partidos mayoritarios seguro que ha habido y hay personas honradas, lo que pasa es que no se las ve,  porque como dijo Alfonso Guerra "el que se mueve no sale en la foto", o se callan y,  entonces,  se convierten en cómplices.


Y hete aquí, que llega la crisis y pone patas arriba las bondades de la Transición y el bipartidismo.  A los ciudadanos se les cae la venda y empiezan a cuestionarse todo lo que hasta ese momento no se habían cuestionado. Lo primero,  que los dos partidos mayoritarios están de acuerdo en lo fundamental, es decir en los temas que a los poderes económicos les interesan y les preocupan,  y que las discrepancias solo son por cuestiones accesorias, por mucho que desde los medios  se nos vendan  como  conflictos entre izquierdas y derechas. De ahí la gran coalición, PP-PSOE,  que propugna Felipe González.

     
Y con la crisis y las medidas impuestas por la troika europea -aceptadas por los poderes económicos y políticos de nuestro país-  se evidencia cual va a ser el papel de España en la Europa de los poderes financieros: un país de tercera o cuarta, en el que han desparecido las conquistas laborales  y sociales, con una precariedad laboral que nos retrotrae a periodos históricos de infaustos recuerdos y donde lo privado se impone a lo público a marchas forzadas.


El 15M fue el primer toque de atención de la ciudadanía. "Que se dejen de acampar en la Puerta del Sol y demás plazas públicas y se presenten como un partido más"? dijeron los padres de la patria.    Y mira tú por dónde que  les hicieron caso y se presentaron como un partido político dispuesto a quedarse y a cambiar la política que se había hecho hasta ese momento: Podemos.


 "Podemos" irrumpe en el panorama político  con la fuerza de un ciclón, qué diría la folklórica,    y los partidos de la mamandurria se aprestan a vestirse de democracia y transparencia, y a prometer cambios y cambios.  Hasta Izquierda Unida, tan injustamente tratado por la Transición (Partido Comunista) y la actual ley electoral, y castigado, además, por alianzas poco éticas y estéticas y por infames campañas de desprestigio, se ve impulsado a la catarsis.


Llegados a este punto, todo es posible, porque desmontar las redes de prebendas y clientelismo tejidas durante todos estos años en todos los ámbitos,  desde el  empresarial, hasta el  cultural, pasando por el sindical,    es tarea difícil, pero no imposible.   Lo que está claro, sin embargo, es que los ciudadanos hemos entendido que en las verdaderas democracias la última palabra es la nuestra:   PODEMOS, LUEGO GANEMOS.

 

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