OPINIóN
Actualizado 30/09/2014
José Javier Muñoz

Hay quien posee escasas neuronas cerebrales y encima las usa poco, supongo que para no contribuir a los atascos de ideas. Eso sí, cuando las sacan a pasear meten mucho ruido. Su especialidad es oponerse a cualquier iniciativa de desarrollo. Su método, anu

    El recientemente fallecido alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, doctor en Medicina por la Universidad de Salamanca, fue declarado el mejor alcalde del mundo por varios motivos. La capital de Vizcaya es el único municipio sin déficit. La ciudad se ha embellecido respetando su singularidad urbanística y ha experimentado una extraordinaria mejora en los servicios municipales, incluida la red de transporte público que incluye metro, buses, microbuses, tranvías, trenes de cercanías, funiculares, transbordadores, barcos, ascensores de calle y hasta plataformas deslizantes como las que facilitan el tránsito en los grandes aeropuertos. Y además Azkuna, a quien conocí personalmente, era un tipo sensato y amable.

     Pues bien, durante su mandato en Bilbao se han construido más de veinte aparcamientos subterráneos, la mayoría céntricos y más grandes que el proyectado en Salamanca para la zona de Comuneros. Seguro que todos ellos han causado molestias, ruidos y atascos durante las obras, y que en muchos casos han requerido recortar viales y retirar árboles. Naturalmente, el tráfico de Bilbao continúa teniendo pegas y ningún proyecto está libre de inconvenientes, pero se trata de elegir entre estancamiento y desarrollo.

   Porque eso sí es apostar por un desarrollo sostenible: cientos, quizá miles de trabajadores han ganado sus salarios en esas obras; miles, decenas de miles de bilbaínos y turistas (Bilbao recibe cada año más turistas que la capital salmantina) disponen de un espacio donde dejar su automóvil cuando se desplazan por la villa. Y sí, también muchos comerciantes y hosteleros se benefician de contar cerca de sus negocios con estacionamiento público.            

    Si dejaran de circular los vehículos privados, quebrarían las fábricas de automóviles, los concesionarios y los talleres, innumerables personas engrosarían las listas del paro y las arcas públicas dejarían de ingresar cuantiosos impuestos. Los transportes públicos, en su inmensa mayoría deficitarios, tendrían que encarecerse exponencialmente para terminar dejando de funcionar.

    El bien común es la suma del bien de los unos, los otros y los de más allá, no sólo aquello que se distribuye a partes iguales entre absolutamente todos. Si se suprimieran las obras públicas que benefician más a unos que a otros, no se haría ninguna; que es lo que parece interesar a ciertos amigos del progreso antisistema.           

   Es muy difícil aparcar el automóvil en el centro de las ciudades. Casi tanto como aparcar los prejuicios políticos y la mentalidad aldeana. La alternativa es ir en burro. Ni eso, porque son caros de mantener, también ocupan espacio, molestan con sus rebuznos y, por decirlo al estilo posmoderno, expulsan unos residuos orgánicos que ningún alcalde progresista debería permitir.

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