OPINIóN
Actualizado 28/09/2014
Raúl Berzosa

Se me pide, con urgencia, una breve semblanza de D. Carlos. Conocí a D. Carlos en Oviedo, antes de ser ordenado obispo auxiliar por él, en diversos encuentros puntuales a los que acudí como presbítero. Desde el principio, me sorprendió su personalidad arrolladora y emprendedora, su  movilidad y espíritu inquieto, su  cercanía en las distancias cortas y su imaginación. Impuntual a las citas, por necesidad, sabía que las cosas o se hacen de verdad, y con toda dedicación, o no se hacen. Al ser un gran organizador a veces conllevaba el que no se sintieran implicadas  o suficientemente responsables las personas de su entorno. Todo el mundo me decía: "es un Arzobispo emergente; hará carrera". Él sabía cuáles son las tentaciones que pueden acechar a un obispo y, lógicamente, trataba de superarlas: primera, el no rezar con tiempo y calidad; él trataba de ser una persona orante. Segunda, el no leer o escribir casi nada en profundidad; él trataba de leer para formarse  y  de ser honesto en sus escritos. Tercera, el convertirte en "personaje" público, olvidando que eres, ante todo, persona; él trataba de no perder nunca su profunda humanidad. Cuarta, el hablar de universalidad y, a la hora de la verdad, escuchar sólo las campanas de tu campanario; él trataba de ser católico y abierto a todas las necesidades eclesiales. Quinta, el buscar beneficios personales; él trataba de ser pastor, como quiso serlo en su primera diócesis, Orense. Y, sexta, el decir que quieres a todos y, en verdad, no quieres a casi nadie o, lo que es peor, sólo a ti mismo; mucha gente se sintió realmente querida por él, como así lo demostraron. Además de mis mejores deseos, no le faltará, como siempre, mi agradecimiento y mi oración. Es muy consciente de que servir como obispo en Madrid es servir, también, a toda esta iglesia que peregrina en España, hoy,  con un timonel  muy esperanzador y creíble: el Papa Francisco. D. Carlos, que viene de la gran Diócesis valenciana,  sabrá recoger, sin duda, lo mejor de la herencia del Cardenal A.M. Rouco  y, en un derroche de creatividad y fortaleza, abrir nuevos caminos de evangelización.

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