La descomposición del "viejo régimen" bipartidista es cada día más acusada; el Partido Popular se ve obligado a soltar lastre por la derecha, renunciando a la tramitación de una ley de penalización del aborto imposible de digerir por la mayoría de la población, con el riesgo de desafección de la parte más integrista de su electorado que se ha sentido traicionado y la consiguiente posibilidad de crecimiento de otras opciones que en hasta ahora no pasan de ser anecdóticas. Por su parte el Partido Socialista continúa ahondando en su desorientación, explotando el efímero filón de la superficial telegenia de su nuevo secretario general, que parece haber dado por perdido el voto de la izquierda y se conforma con aparecer como una opción de alternancia y no como una auténtica alternativa ("somos un partido que mira al centro", ha asegurado Pedro Sánchez).
Esta concentración de la lucha por "el centro" supone el final de la vocación de abarcar la totalidad de la representación social por solo dos partidos (lo que si bien ha logrado desde hace tiempo por la derecha el Partido Popular, nunca ha sucedido del todo por la izquierda, que se ha resistido a ser fagocitada por el Partido Socialista) y por lo tanto a una recomposición del mapa político, que tendrá su punto de inflexión en las elecciones municipales.
Sin duda el proceso más apasionante en este proceso es el que se corresponde con la configuración de la izquierda social y su representación política, que se inició de forma abrupta con el espectacular resultado de Podemos en las elecciones europeas.
Lo que algunos consideraban flor de un día se está revelando como un proyecto serio, muy trabajado y con unos dirigentes que conocen el terreno que pisan. La anunciada intención de no presentarse a las elecciones municipales con candidaturas propias, y de integrarse en las candidaturas ciudadanas que están comenzando a surgir por doquier tiene mucha más enjundia de lo que en un principio pudiera parecer. No solo consigue de esta forma hacer visible sus planteamientos sobre las nuevas formas de participación y evita convertirse en un partido más (evitando al mismo tiempo la previsible avalancha de oportunistas), sino que de nuevo quiebra la cintura a Izquierda Unida y a su vocación hegemónica; la reacción de esta formación tras las elecciones europeas fue la de ofrecer rápidamente coaliciones y acuerdos para concurrir a las elecciones municipales, con la esperanza de recoger a medio plazo los mejores frutos dado que es la única fuerza política de este ámbito con una estructura suficiente. La decisión de Podemos ha desmontando de un solo golpe esta estrategia: ya no será posible un acuerdo entre dirigentes para crear listas de reparto de cargos, ni la creación de las antiguas coaliciones conformadas por una mera suma de siglas. Izquierda Unida se va a encontrar ante una tesitura muy difícil: si quiere mantener su mensaje unitario deberá renunciar también a presentarse con sus propias siglas y sus militantes deberán diluirse en las candidaturas unitarias, pero siempre a título personal, con lo que ello conlleva de pérdida de identidad; si por el contrario decide mantener su estructura y presentarse a las elecciones como una opción diferenciada se expone a una severa derrota y a quedar marcada como una fuerza política cuyo discurso unitario es puro cálculo político. De su capacidad de comprender el fenómeno depende su propia viabilidad.
La construcción de una red ciudadana alternativa es imparable, si bien es cierto que conlleva un gran riesgo; quizás estemos asistiendo al nacimiento de una nueva izquierda, en la que tan importante como el mensaje es el método de toma de decisiones, pero la endeblez organizativa puede lastrar el desarrollo futuro.
También es Salamanca se está fraguando esta nueva izquierda, lo que nos promete unos meses apasionantes. No dejen de estar atentos a la calle.