OPINIóN
Actualizado 24/09/2014
Redacción / David Martín Pinto

En un comentario sobre la reflexión que realicé en este blog sobre la esperanza y la misericordia, un querido amigo, subrayando su pesimismo, comentaba para qué sirve la filosofía, y sobre todo la pregunta se prolongaba a qué habían realizado los filósofos, que no habían podido parar la barbarie del siglo XX.  Pero quién pudo parar la barbarie, en un siglo que el historiador británico Hobsbawm, denominó el siglo XX como "la época de la guerra total".  Precisamente fueron los filósofos los que dieron la voz de alarma, ante la barbarie de esta guerra total, fría o caliente, podemos denominarlos los "avisadores de la Historia". El pensador Reyes Mate ha preferido la expresión "los anunciadores del fuego" pensadores que supieron leer en su tiempo signos de la catástrofe venidera. No eran profetas sino finos analistas. "Avisadores del fuego" es una expresión utilizada por Walter Benjamin, con ella designa a quienes avisan de catástrofes inminentes para impedir que se cumplan.

Siguiendo a Michael Löwy, la barbarie moderna podía tener estas características: Utilización de medios técnicos modernos. Industrialización del asesinato. Exterminación en masa gracias a tecnologías científicas de punta. Despenalización de la masacre. Eliminación de poblaciones enteras, hombres y mujeres, niños y ancianos, con el menor contacto personal posible entre quienes toman la decisión y las víctimas. Gestión burocrática, administrativa, eficaz, planificada, "racional" (en términos instrumentales) de los actos bárbaros. Ideología legitimadora de tipo moderno: "biológica", "higiénica", "científica" (y no religiosa o tradicionalista). Estas características se adaptan a la perfección a los Estados totalitarios  del siglo XX, tanto de derechas como de izquierdas, donde el poder, que debería canalizar la civilización y la violencia, destapó la cara más horrenda de la Historia. Las cuatro masacres que encarnan de la forma más acabada la modernidad de la barb

arie son: el genocidio nazi contra los judíos y otros grupos, la bomba atómica en Hiroshima, el gulag estalinista y la guerra norteamericana en Vietnam.

Estos avisadores de la historia, pensadores y filósofos que dan la voz de alarma de la barbarie que se avecina, tienen nombres muy conocidos. Resyes Mate se centra en tres nombres: Franz Kafka, Walter Benjamin, Franz Rosenzweig. Hannah Arendt, en sus escritos hombres en tiempos de oscuridad, amplia la lista a un amplio abanico de pensadores: Rosa de Luxemburgo, Angelo Jiuseppe Roncalli, Karl Jaspers, Isak Dinesen, Hermann Broch, Bertolt Brecht, Waldemar Gurian, Randall Jarrell. Yo personalmente, incluiría en ese listado a la propia Hannah Arendt, o a E. Bloch. Pero centrémonos en cuatro de estos pensadores.

Rosa Luxemburgo rompe con el concepto, de origen burgués adoptado por la Segunda Internacional, de considerar la historia como progreso irresistible, inevitable, "garantizado" por leyes "objetivas" del desarrollo económico o de la evolución social. Rosenzweig denunció en el "idealismo" de la filosofía que viene desde Jonia y llega hasta Jena la tendencia a un totalitarismo que la convertía en potencialmente en una "ontología de la guerra". Benjamin dejó constancia de la ambigüedad radical del concepto de progreso, tan fundamental para el pensamiento ilustrado. La barbarie, en general, y el fascismo, en particular, no son lo opuesto al progreso sino una de sus posibilidades. Esa fatal posibilidad es, para la víctima, la norma. Kafka capta  anticipadamente la reducción fascista del hombre, donde el individuo pierde todo el valor y sólo queda reducido a mera expresión de poder. Ve que la mitificación de la Humanidad, enmascara la animalización del ser humano. En ese mundo, cada hombre está a solas con su cuerpo vulnerable.

A la banalización del mal, que nos recordaba Hannah Arendt, suele suceder la banalización del conocimiento y del pensamiento. La memoria, en cuanto memoria de las víctimas y del sufrimiento, no viene a banalizar la teoría, sino a poner de manifiesto, que es banal sino se piensa lo impensado. En ello insistía mucho el filósofo Adorno. Por eso, la memoria, no debe quedar al margen del conocimiento, sino que debe funcionar como un resorte para activar la resistencia activa. Es por lo tanto, una razón anamnética, que se deja determinar por el sufrimiento ajeno, en palabras de J. B. Metz, sería una memoria passionis. La memoria, no estaría a medio camino entre conocer y comprender. La memoria es conocimiento y saca a éste de la banalización absoluta en las que ha caído en manos de corrientes ideológicas como el positivismo, el idealismo o la razón instrumental. Parece que en nuestras sociedades, todo tiene que servir para algo, sino es así se deshace y pierde valor, hasta la vida de una persona, como se ve en las dichosas fronteras del mundo.

La catedrática de ética Victoria Camps, intentando responder a la pregunta, para qué sirve la filosofía, piensa que los filósofos tienen una función que cumplir en la sociedad desespiritualizada en la que vivimos. La función de distanciarse de la realidad para pensarla, intentar entenderla y, si cabe, juzgarla. Es cierto, esto lo pueden hacer otras ciencias, pero la filosofía aporta una visión global, sobre todo cuando otras ciencias lo han declarado como irresoluble o implanteable. Vivimos en una sociedad compleja y globalizada, donde los problemas aparecen en cualquier esquina del mundo. El pensar del filósofo es modesto, aporético para utilizar la terminología precisa, que lleva a veces, pero no siempre, a callejones sin salida. De ahí la indiferencia de otros, más seguros de su ciencia y saber, sobre todo en una época donde lo que se valora, por encima de todo, es la productividad, la eficacia y la rentabilidad económica. Esta razón instrumental amenaza los valores de los individuos y de las sociedades y los criterios para distinguir lo que se debe de lo que no se debe hacer, lo que es prioritario de lo que es secundario. Pero el pensar filosófico no es dar respuestas, sino hacer preguntas, incluso desde la perplejidad, a pesar que muchas de ellas no tengan respuesta. Sólo desde aquí se puede sobrevivir a una sociedad que destruye todo lo que no es útil, un capitalismo salvaje que quiere reducir todo a un pensamiento único. Leer y el pensar supone un caminar despacio, lento, donde hay espacio para la reflexión e incluso para la crítica. Una sociedad de la eficacia, no puede permitirse un consumidor lento y menos el pensar del filósofo.

 

Vosotros que surgiréis de la corriente
En que nosotros perecimos,
Recordad
Cuando habléis de nuestras flaquezas
También el tiempo oscuro
Del que habéis escapado.

Porque íbamos, más a menudo que de
Calzado, cambiando de países
Por las guerras de clases, desesperados
De hallar, sin indignación, solo injusticia.

Y sin embargo sabemos:
También el odio contra la bajeza
Desfigura los rasgos.
También la rabia por lo injusto
Pone las voces roncas. Ay, nosotros
Que queríamos preparar el suelo para el
Amable vivir,
Nosotros no pudimos ser amables.

Vosotros, empero, cuando haya llegado
La hora
De que el hombre ya no sea lobo del
hombre
recordadnos
con indulgencia.

Bertolt Brecht, A la posteridad

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