OPINIóN
Actualizado 24/09/2014
Juanjo Mena

Cuando uno lleva tantos años, de afición, hablando y escribiendo de tauromaquia, no queda menos que recordar, aunque sea de vez en cuando, el recorrido de su niñez.

Dicen, que las añoranzas encierran tristeza: Pienso sin embargo que, añorar es rendir un tributo al recuerdo de las cosas agradables que de uno se han ido alejando, y que tal añoranza del pasado, tiene un natural sentido espiritual. Refiriéndome a los toros, creo, que muchos aficionados veteranos habrán llegado a percibir ligeros conatos de añoranza de aquella feria taurina de Salamanca, cuando los toros eran el eje y el bullicio de una ciudad en ferias. Todo esto ocurría cuando este espectáculo era bravo, emocionante, vivo y favorito de los españoles. ¿Quién no fue improvisado torero?, se toreaba en barrios, patios plazuelas, capeas, fiestas pueblerinas y mucho, mucho de salón, donde después de oír los pormenores de los relatos retransmitidos de la radio, uno tomaba trapo y palillo en mano, poniendo todo el entusiasmo y tantas ganas en su imitación que uno mismo se emocionaba. Como no añorar aquella fiesta, aquella que uno creyó siempre era inconfundible, incomparable, entonces, hasta creíamos que era inmortal... Un sueño. Una ilusión. Una quimera.

   Hay en la historia de esta plaza de toros, diversos hitos que señalan las épocas de la misma. Al mismo tiempo hay en el desarrollo de su protagonismo en la Fiesta un enorme caudal anecdótico y episodios más o menos trascendentales, que han contribuido a formar un ambiente determinado a través del tiempo.

   Este mencionado caudal anecdótico, nos brinda frecuentemente el recurrir a ellos para publicar artículos. No me atrevo a pronosticar que, otros tiempos taurinos sean mejores o peores ? sino que son otros -. Lo que si puedo afirmar, es que hace muchos años, y desde que la Mariseca anunciaba los carteles de feria, y toros en Salamanca, comenzaba a vivirse un desasosiego en sus gentes, incluso, su estado de ánimo era más desenfadado y gracioso. Aquella Salamanca en ferias, donde era imposible sustraerse del ambiente el día de corrida, y donde todo el mundo terminaba yendo a la plaza. En sus aledaños, había tanta gente fuera como dentro, iban a ver cuanto fuera posible, a oír el vocerío de los ¡oles! O el grito trágico de la cogida, vitorear la salida a hombros de los triunfadores, o simplemente ver pasar el coche de toreros y cuadrillas. Era aquel transitar de Plaza Mayor a Plaza de Toros, el vocerío ¡a la plaza eh, a la plaza! Autobuses destartalados llegaban de los pueblos cercanos repletos. Aquella estampa de la avenida Torres Villarroel en tarde de toros, donde en la conversación de caminata, no se hablaba más que de la corrida, a veces conservando el hervor del entusiasmo y comentario apasionado, lances, incidentes, faenas de los diestros, ritmos de la lidia, juego de los toros. En ocasiones, la frialdad, el hastío, el cansancio y el silencio de la muchedumbre, era todo un curso de desencanto. Los que esperaban el desfile de público, notaban por las medias palabras, en los gestos y ademanes, cual había sido el resultado de la tarde.

   Siempre habrá quien mantenga, que puedan ser las mismas o mejores ¡Pero aquellas tardes de toros se han borrado por completo y para siempre! Y los que conocimos esos tiempos lo hemos de sentir. Después de estos apuntes, la Glorieta impávida en el transcurrir de su historia, cierra sus puertas, hasta que una nueva nos llegue el proximo año, una nueva feria, que al igual que tantas otras vendrá cargada de no pocas suspicacias, de bueno para unos de no tan bueno para otros. Procuremos que no se oculten las responsabilidades desde el presidente al mulillero.-

 

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