OPINIóN
Actualizado 24/09/2014

Es que las tan acostumbradas esquelas denotan calidad y rango. Eso ya nos lo sabemos. Y que pareciese en ellas que no todos damos la cuerda de idéntico modo. Que eso también es sobradamente conocido. Todo es cuestión de gastarse en el trance cuartos dinerarios o ingenio (yo abogo más por esto último del ingenio). Y en esto del ingenio me vienen a la memoria algunos casos muy curiosos que darían para un par de artículos escritos (y sobre todo en el caso de los epitafios).


    Confieso que uno ve casi sin querer la esquela que ocupa la mitad de la página de un diario (y las hay hasta de una página entera, pero esas están algo pasadas ya y asemejan prepotencia excesiva e innecesaria). Y, después de echar la cuenta de memoria y asustarse por lo que pueda ser el precio, pues ve uno con detenimiento quiénes son sus deudos, y cuál de ellos habrá sufragado tan elevado coste y las razones escondidas (o no) para pregonar con tanto volumen. Eso nunca pasa desapercibido.


   Están esas otras esquelas con el mismo nombre que se multiplican en la misma página. Y entonces la de la familia es algo más modesta esta vez. Y al lado aparece la del colegio profesional, la de la cofradía, la de la orden de Malta, la de los amigos y la de la sociedad gastronómica o catadora a la que perteneciese el finado. Eso también es digno de seguimiento. Como aquella otra bien notable del fundador de una empresa y sus compungidos empleados (aquí suelo pensar siempre en cómo será el futuro profesional  de los curritos con el nuevo jefe).


    Esto de hoy me viene a la cabeza por las recientes y sonadas muertes de sendos magnates de la banca y el comercio de este país nuestro (que los conocemos todos). Imagino a importantes diarios haciendo resonante caja registradora con las esquelas publicadas sobre ambos. Y es que esas esquelas deben suponer un pastizal en ingresos y encima ahorran alguna que otra página de información a los diarios. Que esa es otra. O sea, que miel sobre hojuelas esos días. Muy a  pesar de todos los pesares, claro.    


                 (A Nieves Concostrina, siempre tan desenfadada e ingeniosa, de quien fui seguidor confeso)

 

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