El fuera de juego es un lance imposible de juzgar. Cuando lo comento con otros aficionados al fútbol, lo más que me conceden es que se trata de una circunstancia difícil, pero no pretendo una licencia literaria sino decir exactamente eso: que resulta materialmente imposible aplicar la norma del fuera de juego. ¿Por qué? Porque se basa en un requisito inviable: sancionar en función de dos situaciones que se producen simultáneamente en puntos distintos del terreno de juego y no hay quien pueda mirar a la vez a dos lugares distintos que no se encuentren en el mismo ángulo de visión. Comúnmente, si el árbitro mira a quien chuta desde un punto situado más atrás que él, no puede ver en ese mismo instante dónde se encuentran los futbolistas de su mismo equipo más adelantados. Y viceversa. Hay quien resuelve esta pega puntualizando que para eso están los jueces de línea. Sin embargo, la existencia de otros observadores no mejora las cosas. Aunque hubiera cincuenta árbitros en el campo y todos ellos prestasen la mayor atención posible al juego, ya sea en el conjunto de la jugada o distribuyéndose las zonas de competencia... la mayor parte de las veces se equivocarían porque a cada uno de ellos le ocurriría lo mismo que a un solo árbitro y a dos auxiliares o jueces de línea. La clave está en que no vale que unos atiendan a la posición del que lanza el balón y otros a la línea de avance. Para que sea exacto el cumplimiento de la norma debe producirse la coincidencia de la salida del balón de la bota del atacante y la posición adelantada de un compañero. Salvo excepciones, los dos detalles que marca la regla se escapan de las posibilidades de atención de un mismo observador.
Los innumerables errores que se cometen al pitar o dejar de pitar fueras de juego ?que quedan en evidencia en las repeticiones de la televisión; y no siempre, por cierto, a pesar de ser ralentizadas? no son sino la consecuencia inevitable de pretender decidir sobre algo imposible. El resultado es aleatorio: unas veces aciertan sobre el lugar que ocupaban los futbolistas en el campo, y otras no. Por mero azar.
Un principio elemental de justicia dice que las leyes que son imposibles de cumplir no son imperativas. Me sorprende que el fútbol mantenga durante tantos años una regla inviable, a pesar de que sus consecuencias son muchas veces determinantes del resultado final de los partidos.
(Artículo publicado en La Gaceta Regional el 8 de abril de 1994)