OPINIóN
Actualizado 22/09/2014
Antonio Matilla

Me gusta Cataluña. Amo Cataluña. Madre no hay más que una y mi madre política -¡Ozú, qué mal suena!- es España, pero no amo solo a mi madre, también amo a mis hermanos y hermanas y a mis sobrinos y sobrinos nietos. Y a mis amigos. Y esas personas a las que quiero tienen defectos, como yo los tengo, cada uno los suyos, lo cual no empece el cariño, sino que muchas veces lo potencia y le da realismo, porque los amores y quereres platónicos o ideológicos son falsos por incompletos.

Me gusta Cataluña porque hay un puñado -amplio- de catalanes y catalanas que han significado y significan mucho en mi vida. Y también porque allí viví episodios importantes: una de mis primeras 'salidas' del hogar de la lengua madre a otro hogar lingüístico que resultó para mi igualmente acogedor, aunque nunca haya logrado un nivel 3; mi primer trabajo asalariado en España; la apertura a una sociedad más abierta a la modernidad y a la democracia, por su mayor cercanía a otra de mis patrias lingüísticas, Francia, que al menos en el imaginario de los últimos años del franquismo era garantía cercana de libertad y apertura  a los vientos que lograban superar la barrera pirenaica.

En Cataluña afiancé mi conocimiento del escultismo y establecí contacto con las raíces del escultismo católico salmantino que  eran catalanas, aragonesas y madrileñas, pero ante todo catalanas; catalán era Manuel Baguñá Valls, escolapio, primer consiliario de la Delegación Diocesana de Escultismo de Salamanca y catalanes fueron muchos de los primeros monitores que sembraron el bien, el Evangelio y la ciudadanía en tantos niños y jóvenes salmantinos y universitarios llegados hasta aquí del resto de España y también de Latinoamérica (¿Verdad, Jairo, colombiano?) y que entregaron su tiempo libre y más, sus personas, a niños y jóvenes de nuestros barrios, colegios y parroquias. No se pueden despreciar las propias raíces. Sería un acto de racanería propio de un mal nacido, incapaz de agradecer lo que se le ha dado gratis.

Tiempo habrá en los próximos meses y años de criticar estos o los otros aspectos de la política catalana y de los políticos catalanes y no catalanes, pero para mí ahora es momento de mirar hacia atrás con simpatía y agradecimiento. Puede que, en el ambiente de crispación política y social que se ha generado en torno a la 'cuestión catalana', estas palabras mías suenen angelicales y un acto tardío de buenismo, pero estoy en un momento personal en que se me impone la verdad, por más que no pueda estar de moda o vaya contra corriente. ¡Ah! Y otro día escribiré del paisaje catalán, sobre todo del que me han ayudado a descubrir mis hermanos y sobrinos, acompañado y a pie.

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