"Es absolutamente imposible contemplar una puesta de sol de cerca. Por eso el hombre inventó el huevo frito." Perich
Cuando se nos pase esta tontuna de ponernos en cueros delante del Sol, en España (con perdón), nos comeremos los hunos a los hotros. En ese apocalipsis caníbal que nos aguarda, me pido a la vecina del quinto. A sus cuarenta y tantos años no está ni demasiado hecha, ni demasiado cruda; lo que se dice mollar.
Ayer por la mañana coincidí con ella en el ascensor y ratifiqué mi elección.
Vestida con una minifalda blanca de tubo y una blusa vaporosa del mismo color, olía a una mezcla de jazmín, dulce de leche y canela. Pensando en la degustación se me antojó bañada en nata, y las piernas se me aflojaron. Para disimular la turbación, me agarré a la barandilla niquelada del ascensor y respiré hondo. Algo debió notar la diosa porque para disculparme exclamó; "¡Que calor!", mientras se abanicaba con la mano izquierda. "Tranquilo" ?me apuntó mi inocencia-, "ni soñando puede adivinar tus pensamientos. Por tanto? ¡disimula, coño!" ?me exigí.
-¡Sí! Mucho calor ?a duras penas me repuse y contesté-, si bajase la temperatura seis u ocho grados...
-¡Qué poco le pedimos los pobres a Dios! ?murmuró.
No sé a qué vino esta sentencia.
Supongo que para buscar cierta complicidad.
Me debió ver muy perjudicado.
-¡Sí! ?volví a confirmar, y sin encontrar nada más inteligente, repliqué-, ¡qué nos salga bueno el azadón!
Entonces se volvió, me miró con detenimiento y me dedicó una encantadora sonrisa. En ese instante supe que estaba al punto justo de sal.