OPINIóN
Actualizado 20/09/2014
Manuel Lamas

Tengo la costumbre de aplicar parte de mi tiempo a reflexionar. Uno de esos momentos, lo he destinado a pensar sobre una cuestión fundamental: se trata de conocer qué caminos eligen las personas para alcanzar la felicidad.

Con este fin, acuden a mi cerebro un tropel de ideas que se atropellan unas a otras y me hacen dudar. Sin embargo, ese aparente desorden, deja al descubierto las peculiaridades del ser humano; sus fortalezas y deficiencias frente a los problemas que plantea la vida.

Si mañana alguien te preguntara ¿qué es para ti lo más importante? O, si tuvieras la posibilidad de decidir en tu favor ¿qué elegirías? La mayoría de las personas no dudarían en pedir dinero en abundancia, por tratarse de un bien con valor universal. Pero la experiencia de cada día muestra que, si esos bienes fueran suficientes para comprar felicidad, el egoísmo desmedido por multiplicarlos, justificaría muchas conductas.

Entonces, si un abultado patrimonio no conduce a la felicidad ¿qué debemos elegir? ¿Quizá la fama, la gloría? Tampoco. Un bien que depende de los demás no debe ser considerado como algo propio. Los criterios humanos son tan  mudables como el viento y, tan pronto como subes puedes caer.

Si el dinero y la gloria, como vemos, son bienes de escaso valor para el fin que perseguimos. El primero porque absorbe nuestra libertad; el segundo, porque nos sume en el engaño ¿qué debemos contemplar como positivo para concentrar nuestros esfuerzos y alcanzarlo?

Quizá el conocimiento. Pero no me refiero a la preparación necesaria para brillar sobre los demás. Ese saber es hueco, nos devolvería una gloria perecedera. Yo abogo por un conocimiento superior, extraíble únicamente de nuestro espacio interior; de ese mundo inexplorado que alberga todas las esencias del ser humano.

Un planteamiento serio sobre la naturaleza de las personas, nos obliga a desechar los bienes perecederos como soportes de felicidad. Las cosas  y la gloría que estas otorgan, son pilares sin firmeza que, el vendaval de las circunstancias, mueve caprichosamente sin que nadie lo pueda evitar.

Busquemos en el conocimiento, la excelencia de la vida. Mientras los años dejan su huella sobre nuestra piel y, el tiempo, de manera implacable, marca sobre nuestro rostro la evidencia de la finitud ¿de qué sirve la gloria o las riquezas? Si no hemos hecho acopio de conocimiento para aproximarnos a la verdad, seremos como indigentes en transito hacia lo desconocido o, simplemente reclusos, que sueñan con su libertad.

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