Hay palabras que el viento no se lleva pese a que los que las pronunciaron lo desearan con fuerzas capaces de desencadenar tramontanas, sirocos y mistrales. Recuerdo, entre ellas, cinco del ministro de Justicia: "Antes del final del verano". Se refería a la aprobación en Consejo de Ministros de la "Ley Orgánica de protección de la vida del concebido y derechos de la mujer embarazada", que se conoce como "ley del aborto". En su texto lo devuelve a su condición de delito despenalizado en algún caso, pero no termina con este vigente "derecho a matar". Como el Toro de la Vega de Tordesillas pero con humanos, no una vez al año sino trescientas diarias. Una minucia.
Por esta Calle de la Fe s/n ya pasaron las que definieron como "sagrado" al aborto, en un grito desnudo de toda racionalidad, desde la tribuna de invitados del Congreso de los Diputados, y también mis "compañeros" de la ¿Organización Médica Colegial?, hipócritas y desnortados en su posicionamiento ante el anteproyecto de ley. Hoy transita el Gobierno de la Nación, enredadas sus promesas en una tupida barba de indecisiones, sopesadas a golpe de encuesta y estudio sociológico, puestas en la balanza de los pactos y las luchas de poder, sostenidas del fino alambre que llaman programa electoral y se corta con el más endeble de los alicates. Y con él, transita el partido que lo sustenta, con todos sus alcaldes y alcaldesas, con reforma o sin reforma en la elección, que ésa ahora les corre más prisa. Para hacer juramentos ante injuriados cristos o presentar ofrendas ante sedentes patronas, no renuncian a tradiciones y lugares de privilegio, mas cuando se trata de legislar a favor de los más débiles y desamparados siempre se las ingenian para dar con otro débil que sirva de coartada a su falta de principios y no les haga perder puestos en el misterioso escalafón de lo que han dado en llamar progresismo.
"El final del verano llegó, y tú partirás", quizá, señor ministro. Más allá de la madrugada del 23 de septiembre ya será otoño y nos seguiremos preguntando si ese mal menor, la loable intención de proteger un poco más al no nacido, aunque lejos todavía de respetar de verdad su derecho a la vida, era "amor en realidad" o se trataba de un fugaz espejismo.