OPINIóN
Actualizado 18/09/2014
Rosa García

Carlos y Javier eran los chicos más populares del patio del colegio. Llevaban siéndolo casi desde que empezaron primaria, y ya estaban en 4º. Habían tenido sus más y sus menos en cuanto a popularidad, pero a base de osadía e ingenio habían conseguido domesticar a sus posibles competidores. El único problema era que estaban en clases distintas lo que les convertía en eternos enemigos, y no necesariamente porque defendieran posturas contrarias, se trataba más bien de sacar pecho frente a sus compañeros de clase para demostrar quién era gallo del corral, la vieja ley del "y yo más".

Si un chaval de la clase de Javier molestaba a uno de la clase de Carlos, allí iba Carlitos, o cualquiera de sus acólitos, a darle un empujón al agresor, ganándose de esa manera las simpatías de unos y el encono de otros, y viceversa. No es que nadie les hubiera nombrado defensores de causas perdidas, que para eso estaban los profesores, es que se metían ellos sin que nadie les hubiera invitado, de forma que, al tiempo que se hacían deber favores, aumentaban su cota de poder dentro del patio.

Este afán de "y yo más" les llevó a buscar adeptos en otras clases y en otros cursos, hasta conseguir que todo el patio del colegio estuviera "de facto" dividido en dos grupos.

La mayoría de los alumnos eran personitas tranquilas que se dedicaban a vivir y dejar vivir, mientras intentaban pasarlo lo mejor posible, pero a la hora de dirimir problemas siempre había dos o tres en cada clase que en vez de utilizar la vía de los profesores como garantes de la justicia, optaban por pedir ayuda a los broncas de uno u otro grupo, y ya estaba el lío montado.

Un día, unos pocos de 3º A se empeñaron en jugar en la zona de columpios donde solían jugar los de 3º B, y los más chulitos de 3º B no les dejaron, entonces esos caprichosos de 3º A, en vez de quedarse a jugar donde siempre, acudieron a pedir ayuda a Carlitos, que era primo del gamberro de 3º A, y allí fue Carlitos y unos cuantos para echar a los de 3º B. Entonces, los cabezotas de 3º B fueron corriendo a decirle a Javier que Carlitos les había echado. Conclusión: zafarrancho en toda regla que se llevó por delante a los pobres infelices de 2º C cuando salían del gimnasio, a los de 3ºA que no habían ido a los columpios pero que fueron perseguidos por los de 3ºB solo por ser de la otra clase, a dos maestros que acabaron en el suelo cuando intentaban poner orden, y a los de 1º de infantil que jugaban tranquilamente en su arenero, eso sin contar los destrozos en la zona de las canchas.

El resultado del caprichito de unos muy pocos y su afán por demostrar que cada uno de ellos era más que el otro, fue de varios profesores lesionados, la mitad del colegio con heridas físicas y morales, niños que se cambiaron de centro porque les daba pánico ir al colegio y el patio destrozado e inservible para el resto del curso.

Esos chicos crecieron y podrían llamarse Obama, Putin, Bush o Medvedev, pero sea cual se su nombre siguen pensando que el resto del planeta somos su patio del colegio, y que nos pueden llevar por delante cuando quieran para demostrar quien de ellos es más.

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