OPINIóN
Actualizado 13/09/2014
Jorge Moreno / El Norte de Castilla

Apenas he frecuentado las plazas. Haciendo memoria, han sido cuatro festejos, y la despedida postrera a Julio Robles en La Glorieta. En cambio, disfruto leyendo de toros y oyendo hablar de toros, con su léxico tan peculiar. Digamos que no soy aficionado, sino aficionado a los aficionados y su circunstancia, y a la mística y literatura que rodea a la Fiesta. Me gusta estar al tanto de la actualidad taurina y de cuando en cuando veo algún festejo por televisión. O veía, cuando no pasaba nada por retransmitir corridas en abierto en horario infantil, el de "Sálvame" o "Mujeres y hombres y viceversa". La otra noche, en la radio hablaban de la huelga de hambre de una treintena de novilleros colombianos, porque el alcalde de Bogotá, desde junio de 2012, no autoriza la celebración de festejos en la Santamaría. La Corte Constitucional de aquel país ha dispuesto que, en el plazo de seis meses, el municipio ponga los medios para revocar esta medida. La lentitud de la justicia no parece exclusiva de España, y la encrucijada que vive la Fiesta, tampoco.

 

Cataluña o San Sebastián son ejemplos recientes de la prohibición de los toros en España. Desconozco si se ha comenzado algún recorrido judicial que pueda anular la prohibición, pero el hecho es que desde determinadas instituciones se ha enarbolado la bandera antitaurina. No desde la discutible pero respetable posición "animalista" sino como un intento de ruptura con el bagaje cultural compartido por las regiones españolas. Siempre fue la Fiesta vínculo pasional entre territorios e ideologías. Cuando interesa deshacer convergencias y uniones, también sobra la Fiesta. Ya no me suena tan sentenciosa ahora, como parecía otrora, aquella ripiosa copla que definía así la Fiesta de Toros: "Es una fiesta española que viene de prole en prole, y ni el gobierno la abole ni habrá nadie que la abola". Tengo que ponerla, con pesar, entre interrogantes.

 

Comenzando esta feria de septiembre en Salamanca, venida a menos en el número de festejos y en la repercusión nacional, como "aficionado de los aficionados" les animo a luchar por la Fiesta. Desde la admiración y el desconocimiento de muchos de sus detalles, pero atraídos por su esencia, muchos veríamos su abolición como una pérdida irreparable. Para que no sea una mera reliquia dentro de unas décadas, para que en nuestra provincia no sigamos perdiendo ganaderías que la dieron fama y para que la vocación de ser torero se siga suscitando en los jóvenes, deben ser exigentes con los profesionales de la Fiesta, quienes debieran ser antes de nada buenos aficionados. De otra manera, no se procurará una renovación de la misma que la mantenga viva, y que, entonces sí, no temamos esas aboliciones enemigas de la libertad y de la cultura.

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