OPINIóN
Actualizado 12/09/2014
Isidro Catela

Este verano hemos hecho el Camino de Santiago "en familias". Es decir, con otras familias amigas y con las familias que se iban arracimando por la ruta, en feliz peregrinación a Compostela.


Los niños dicen que ha sido el verano más chulo de sus vidas y los mayores, que andamos un poco menos ágiles en la expresión de sentimientos, estamos todavía rumiando los puentes medievales, la razón ensanchada, el cansancio, el olor a incienso y eucalipto, el corazón rebosante, la vieira, el abrazo al Apóstol, la mermelada de frambuesas y los ojos de los otros.


Andamos como a tientas, reconociéndole en cada tramo recorrido, preguntándonos si no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino. Sabemos que sí, que la ardentía no es producto de la imaginación, sino un hecho extraordinario que puede acontecer (y acontece) en vidas comunes como las nuestras. Basta con ponerse en camino y peregrinar, sin doblar la rodilla ante nadie que no sea Él.

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