OPINIóN
Actualizado 08/09/2014
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Cuenta un amigo mío, y lo cuenta como cierto, que le ha tocado en suerte una particular experiencia que le lleva entretenido todo el verano. Bueno, parte del verano, porque la crisis hace mella hasta en los negocios más originales. Vamos con orden porque la cosa se las trae.

Ya hace algunos meses que en una de las viviendas contiguas a la que mi amigo y su familia habitan se manifestó un considerable alboroto a altas horas de la madrugada. Nada que temer. Era un festejo de padre y muy señor mío que tuvo entretenido al vecindario durante varias horas, con los ojos como platos, tanto por la sorpresa como por la música, sandunguera a más no poder y que por ello mismo contagiaba alegría al más sieso de los oyentes.

Uno de los aburridos convecinos, retirado ya desde hace años de su azaroso trabajo, se dedicó a bucear en el espacio intersticial de la inescrutable red informática, y tanto buscó que al final halló lo que quería encontrar: una nutrida página web de anuncios por los que se ofrecía una variedad de opciones a quienes desde los puntos cardinales más variados quisieran acudir a pasar un inolvidable fin de semana de despedida de soltero.

Cada vivienda con su nombre, a cada cual más sugerente. Mi amigo está muy conforme con el que a ellos le ha tocado: "Pasión desfogada", poético como el que más. Y digo que le ha tocado, porque esta venturosa familia tiene el orgullo de tener al lado lo que no todos se pueden permitir y ya siente como propio lo que no es más que ajeno. Por eso siente un placer inenarrable cuando ve en Internet las fotos detalladas que ilustran a la clientela que en esa vivienda de tres habitaciones han puesto más de once camas ?alguna en vertical-. Tanto gusto le da que una casa igual a la suya salga retratada en la red sideral que le ha dado por copiar las fotos y las está enmarcando para colgar por los pasillos.

El negocio ?por supuesto sin licencia, porque se trata de meras viviendas y no del Hostal del Peine- ha decaído este verano. Lo que se prometía como verbena semanal, se ha quedado en fugaces visitas de hordas de jóvenes, que asan en la barbacoa, arman bulla sólo un rato, se perfuman hasta el abuso y tienen el mal gusto de marcharse a la fiesta de la ciudad, con lo bien que estarían en esa casa entreteniendo a los vecinos, que ahora tienen que esperar a las seis de la mañana a que los visitantes vuelvan, con la cogorza puesta, para que continúe la animación, tan ansiada como breve.

Dice este hombre que incluso anoche se quedó a medias. Ustedes mismos juzgarán. Resulta que la oferta viene con un plus añadido: por lo visto en el contrato que el avispado arrendador les hace a los muchachos consta como servicio incluido el de una striper que va a calentar el cotarro. Así fue, como estaba anunciado, que con todas las ventanas abiertas por el calor de la noche, una moza bien servida por la diosa naturaleza empezó a notar los calores en el medio del salón y empezó a quitarse cosas. Eso lo sabe este amigo, no porque él lo viera, sino porque se lo ha contado otro al que le queda la ventana enfrente.

El caso es que la chica causante de tanta expectación a los cinco minutos del inicio encontró que ya bastaba. Y se volvió a cubrir las partes porque hay resfriados repentinos. La rapacería montó en cólera, porque el espectáculo se detuvo cuando todo prometía, pero no por mucha insistencia lograron convencer a la artista que se largó para no pasar a mayores. Fue entonces cuando empezó la diversión para el resto del vecindario, que en silencio sepulcral pudo escuchar con atención y no con menor avidez como uno de los rapaces llamaba al "sinvergüenza del casero" ?son palabras literales-, que les había prometido un show de media hora frustrado en un breve escarceo. Por teléfono le amenazaron con las penas del infierno, tales como destrozarle la casa. No me dirán que el cuento no se puso entretenido. De ahí pasaron a cánticos etílicos de alto voltaje festivo erótico para ilustración de la infancia vecina que estaba igual de expectante, de ahí a la ducha con las ventanas abiertas tal vez porque lo que se tiene es de caridad lucirlo y un corto rato después, de nuevo sin miramiento alguno, esta tropa juvenil se largó no se sabe a dónde, dejando a todo el barrio aburrido y con ganas de ruido y fiesta.

Ahora mi amigo teme que el invierno sea largo, y tenga que esperar nueve meses para que le vuelvan a entretener gratis las madrugadas  del fin de semana.

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