OPINIóN
Actualizado 07/09/2014
José Román Flecha
El estreno reciente de la película "Mil veces buenas noches" ha puesto de nuevo ante nuestros ojos los escenarios de la guerra, el horror de las personas que en un suicidio ritual saltan por los aires convertidas en bombas, la miseria de miles de refugiados en campos miserables.
 
Es todo un panorama desolador. Pero lo malo es que esas escenas no son solamente "de película". Las pocas noticias que nos llegan de Irak son alarmantes. Miles de hermanos cristianos, por el mero hecho de serlo, son amenazados de muerte marcando sus puertas como los nazis marcaron las de los judíos, muchos niños son decapitados sin piedad, muchas mujeres son violadas y asesinadas. Y muchos otros cristianos han de huir sin rumbo fijo para caer por el camino, muertos de hambre, de sed y de cansancio.
 
El domingo, 10 de agosto, después del rezo del Ángelus, el Papa Francisco recordaba ese genocidio cruel y duramente planificado: "Queridos hermanos y hermanas, nos dejan incrédulos y desapuntados las noticias que llegan desde Irak: miles de personas entre las cuales, tantos cristianos son expulsados brutalmente de sus casas; niños que mueren de sed y de hambre durante la fuga; mujeres secuestradas; violencias de todo tipo; destrucción del patrimonio religioso, histórico y cultural".
 
Tras esta observación, el Papa clamaba con voz profética contra esta tremenda masacre: "Todo esto ofende gravemente a Dios y a la humanidad. ¡No se lleva el odio en nombre de Dios! ¡No se hace la guerra en nombre de Dios!".
 
Finalmente, el Papa nos abría tímidamente un estrecho ventanuco a la esperanza en un futuro de paz y de justicia: "Agradezco a quienes con coraje están llevando ayuda a estos hermanos y hermanas, y confío que una eficaz solución política y a nivel internacional pueda detener estos crímenes y restablecer el derecho. Para poder asegurarles mejor mi cercanía a estas queridas poblaciones he nombrado como enviado personal a Irak, al cardenal Fernando Filoni".
 
¿Cómo no vamos a unirnos al Papa en la oración por tantos miles de víctimas inocentes?
Pero, al mismo tiempo, nos sentimos indignados ante el silencio cobarde y repugnante de tantos como prefieren mirar para otro lado. Pensamos en tantas personas que habitualmente se apuntan para salir a la calle a favor de causas presuntamente justas, mientras que ahora guardan un silencio cómplice y vergonzoso. Son medios de comunicación que insisten machaconamente en informar sobre otros desmanes, pero ahora no tienen una columna para denunciar tanta barbarie. Son gobernantes estatales y organismos internacionales preocupados por minucias y frivolidades.

Sabemos que este es ciertamente el siglo de los mártires cristianos. Pero no nos resignamos a contar pasivamente el número de los sacrificados. Confiamos en la misericordia de Dios. Y esperamos que brille un rayo de racionalidad y de respeto a la vida en la especie humana.   

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