OPINIóN
Actualizado 07/09/2014

Acaban de inaugurarse las casetas ?también se le llamó alguna vez "Feria de Día"- y supongo que comenzará el rosario de gentes a tomar la caña y catar el pincho de feria de cada establecimiento, y uno, a riesgo de que le linchen, expresa serenamente su más firme propósito de no incurrir este año en semejante irracionalidad.

 

         Recuerdo los primeros años de la iniciativa, hará ya casi diez, probablemente, que resultaba maravilloso, atractivo e interesante. Consistía, efectivamente, en ese sacar la feria a la calle que constituyó el espíritu primigenio del invento. Pero a base de sacar a la calle lo mejor de cada uno y lo más excelente de cada establecimiento. Los profesionales pugnaban por ser mejores y competir, sanamente, con el de al lado para dar mejor calidad a un precio racional.

 

         Hoy se ha subvertido aquél inicial proyecto, se ha prostituido y envilecido, y donde antes era la competencia por la calidad hoy es la avaricia por el beneficio inmediato e ingente. No hemos vuelto a ver aquellos pinchos estupendos y generosos, degustados en un ambiente agradable y acogedor. Hoy las casetas son aglomeración, barullo, estruendo de insoportables decibelios -que algún idiota llamará música- aturdiendo al personal y forzándole a moverse ?para que la velocidad de rotación de la clientela aumente la caja-, vasos de plástico -¡Señor qué cruz!- cerveza caliente tirada a toda prisa, sin espuma, empujones, codazos, pisotones ? y, encima, a precios abusivos y absurdos.

 

         Frente a semejante deleite la alternativa es la cañita fría en su cristal helado y en tu bar de siempre que, además, por mor de las casetas, estará encima más tranquilo que de costumbre, y al precio de todo el año. ¿alguien duda de cuál es la elección más sensata?.

 

         Hace ya algunos años que no acudo ?o me arrastran a regañadientes- a las casetas. Me parece que ciertos hosteleros sin escrúpulos están tratando de convertirlas en un descarado sacaperras cuyo único objetivo es incrementar la caja de esos quince días, sin importar la calidad de lo qué se ofrece ni cómo. Nadie quiere quedarse sin su parte del pastel y así vemos que pone caseta quien durante el año no da más que copas y no sabe lo que es un pincho. Se da el caso de que algunos hosteleros han llegado a subarrendar su caseta para sacarse unas perras, sin importarle el uso que el arrendatario haga de su nombre y fama.

 

Ese es, hoy en día,  el espíritu de las casetas: el lucro por el lucro; el beneficio máximo en el menor tiempo posible. Da igual todo lo demás. ¡Dónde quedó aquella iniciativa de profesionales de la hostelería que querían sacar a la calle lo mejor de sus establecimientos para engrandecer la fiesta, mejorar las ferias y fidelizar al visitante! ? y, de paso, claro está obtener la lógica retribución de su actividad, pero ni principal ni exclusivamente.

Es una lástima porque acabarán matando la gallina de los huevos de oro y terminarán hundiendo las casetas. Pero así es la vida, en el pecado va la penitencia.

 

Naturalmente, siempre hay excepciones y restan aun ?entre los pioneros de la iniciativa- establecimientos que permanecen fieles al inicial espíritu de las casetas. En esas sí me podrán ver. Pero no en las demás. Me niego a pagar caro para estar incómodo.

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