OPINIóN
Actualizado 07/09/2014
Policarpo Díaz

En el día en el que se cumple el décimo aniversario de nuestro nombramiento y toma de posesión como párrocos de ocho comunidades de la Sierra de Francia (a Pablo Lamamié de Clairac y a un servidor), aprovecho esta columna para expresar en alto lo privilegiado que me siento por haber podido estar unos años de mi ministerio sacerdotal, enviado por nuestro Obispo, a estas comunidades cristianas de la Sierra. Y aprovecho la ocasión para decirles a todos los serranos, lo mucho que los quiero, lo mucho que los aprecio y lo profundamente agradecido que les estoy por el bien que me han hecho.

 

Quiero pedirle prestadas unas palabras a una cantante de cuando yo era chavalillo, que se llama María Ostiz, la cual, en una canción titulada: "Un pueblo es", expresa todos mis sentimientos, todo mi respeto, toda mi admiración por el mundo rural en general y por la Sierra de Francia en particular. Dice así:

 

Con una frase no se gana un pueblo,
ni con un disfrazarse de poeta.
A un pueblo hay que ganarlo con respeto,
un pueblo es algo más que una maleta, perdida en la estación del tiempo,
esperando sin dueño a que amanezca.

Con una frase no se gana un pueblo,
y con una palmada en su paisaje,
ni con un aprender de su lenguaje?

Un pueblo es, abrir una ventana en la mañana y respirar
La sonrisa del aire en cada esquina
Y trabajar y trabajar
Uniendo vida, vida
el ladrillo en la esperanza,
mirando al frente y sin volver la espalda.


Con una frase no se gana un pueblo
ni con un disfrazarse de poeta
A un pueblo hay que ganarlo frente a frente,
respetando las canas de su tierra.


          Respetando las canas de su tierra. Ese es mi mayor sentimiento ante el mundo rural, ante cualquier pueblo, ante la Sierra. Siento un respeto profundo y una enorme admiración. Y os invito a que vosotros siempre os sintáis orgullosos de vuestras raíces, de vuestro pasado, presente y futuro.  Sois una escuela de la vida, una universidad llena de catedráticos en cada pollo, en cada momento que pasamos por el bar, por cada esquina, por cada casa? En cada fiesta, en cada acontecimiento de vida y de muerte, en cada estación del año, en cada momento? habéis logrado sorprender mi corazón y llenar todas mis expectativas humanas, espirituales, pastorales y culturales. Un pueblo y una sierra entera que pase lo que pase quedará grabada en mi biografía como lo mejor que me ha pasado, al mismo nivel que mi familia, que mi fe, mi sacerdocio: mis tesoros humildes y sencillos.

 

Quiero confesaros las cinco cosas principales que he aprendido de vosotros en estos años en los que he tenido la suerte de poder vivir en la Sierra.

 

1.- He aprendido a valorar lo pequeño, lo diminuto, lo sencillo. La Sierra de Francia es una escuela en la que sólo se puede aprender si vienes con un corazón, con unos ojos, con unos deseos de aprender y de saber propios de niños. Cuántos detalles, cuánta vida, cuánta riqueza? de esa que está escondida, apartada de titulares de los medios e invisible a los ojos superficiales que sólo se sorprenden por el ruido y la grandeza.

 

2.- He aprendido a saber dónde hay que ir para aprender en la escuela de la vida: en los mayores, verdaderos sabios, auténticos libros abiertos, magistrales catedráticos que con su vida, su pasado, sus trabajos? me han dado verdaderas lecciones de humanidad.

 

3.- He aprendido a valorar la naturaleza, los senderos, los caminos, las Peñas y los Valles, el sonido de los pájaros, el frescor de los árboles? Esta bendita tierra tiene tal magnitud de belleza natural, que sólo por pasar por aquí de pueblo en pueblo, muchas veces caminando, he aprendido a valorar, respetar y amar más la naturaleza.

 

4.- He aprendido a ser más acogedor, más cariñoso, más servicial, más hospitalario? porque la Sierra de Francia es tierra abierta y acogedora, capaces de abrir las manos y el corazón al que llega de fuera, enormemente generosos.

 

5.- He aprendido a mirar al cielo, a mirar para arriba, a levantar la mirada del vuelo rasero y descubrir que hay un horizonte infinito, un paisaje eterno, una altura alcanzable a nuestra medida humana. Y eso lo he aprendido cada vez que miro hacia la montaña en donde está la Virgen de la Peña de Francia, verdadera madre de esta tierra, que nos espera, que nos acoge, nos brinda su amor y su protección.

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