Pronto comenzarán las lluvias del otoño. Y todas las nubes de todos los mapas del tiempo repartirán paraguas y alfileres a propios y extraños. Pronto los corazones más novatos aguardarán la noche y el aullido para salir del lunes tan temido en que tal vez nos sonrío un turista.
Después vendrán las luces y las calles, el hambre de las horas, las golondrinas negras, el presente, la risa y el amor, la vida, la cerveza. Después ya no habrá timbres y encerados. No habrá bolígrafos con que escribir la vida. Ya no habrá prisa, ni pasillos, ni cigarros a medias, ni discursos vacíos, ni mentiras.
Pronto los recovecos de las librerías y los bares serán nuestro destino y nuestra alcoba para vencer al sueño y a las madrugadas. Y habrá quizá un lugar para el poema enfermo. Y un vagón ocupado hacia la noche. Y puede que la piel de nuestros besos se pierda entre la almohada.
Un día de éstos, no sé cuándo, después de recorrer cabinas y farolas buscando habitaciones con ventanas olvidaremos nuestra casa y nuestra herencia. Pasaremos la mopa a los recuerdos. Reciclaremos la nostalgia antigua. Y abriremos los ojos, como si tal cosa, para estrenar acaso la palabra amigo, para enredar la vista en las fachadas, para soñar a tientas, para aguardar a solas otro día más.
Pronto comenzarán el frío y los abrigos, las rebajas de otoño, la rutina. Pronto las mariposas sucias de las horas se llenarán de polvo en algún álbum. Y el viento complacido hará su nido entre los árboles. Y será entonces cuando las carpetas de los estudiantes se llenarán de hojas de colores, tal vez cuadriculadas. Y la luna, que es ciega e invisible muchas noches, regresará a su sitio antes de tiempo para invitarnos a pasar al mundo hecho a medida, para entregarnospor fascículos, para sacarle brillo a las miradas.
Tal vez una mañana inesperada nos detendremos un instante en el olvido para aprender el precio de las cosas. Tal vez no es poco que amanezca, que la ciudad donde prendió nuestra raíz se nos antoje eterna, que el amor estrenado en los apuntes pase con nota las convocatorias, que conquistemos -como una verdad o un sueño- cada territorio. Que murmuremos a los cuatro vientos: ¡Yo aprendí en Salamanca!