OPINIóN
Actualizado 05/09/2014
Marta Ferreira

Que la vuelta a la rutina tras el periodo vacacional se hace complicada, es bien sabido por todos, que acostumbrados a los largos días de estío (libres de horarios y obligaciones, todo sea dicho) acogemos la inminente llegada del otoño con cierta melancolía. Se habla de la depresión postvacacional, ese estado en que se sume uno al toparse de nuevo con la rutina que acompaña el día a día.


Esta nueva temporada que se inicia con septiembre trae algunas cosas buenas y novedades, según anuncian las televisiones, y es que anteanoche, cambiando de canal y ojeando qué se cocía por las diversas cadenas  a la espera de que comenzara, aún con horario de verano, lo que yo esperaba ver, me topé con un programa de cotilleo (para variar, que de eso en este país no hay na  de na) y entonces, sí que sí, me entró a mí la depresión postvacacional, el cabreo y todo lo que se quieran imaginar.


Anuncian, a bombo y platillo, como si de la noticia del siglo se tratara, que el programa tiene una nueva colaboradora: la hija de Isabel Pantoja. Sí señores, sí, y lo venden como si se tratara de un fichaje estelar, de algo casi sublime. Me pareció dantesco, me costaba dar crédito al modo y la forma en que pretendían vender la contratación de una muchacha que, en fin, que sepamos el común de los mortales, no ha hecho más en la vida que ser la hija de quién es y estar dando espectáculos lamentables por las televisiones.


Y pensaba yo, mientras mi indignación iba en aumento viendo la grotesca situación, que la vuelta al cole y el comienzo del curso universitario están a la vuelta de la esquina. Que los jóvenes normales, que aun cayendo la que está cayendo, sueñan con convertirse en profesionales cualificados para tener una digna profesión de la que vivir, esforzándose, estudiando,  haciendo sacrificios económicos ahora que estudiar ya no es tan barato, ¿qué pensarán?,  ¿qué ejemplo se les está dando? ¿qué  mensaje de esperanza se envía a quienes ven que la generación anterior ha de salir a buscar trabajo al extranjero y que los hijos de papá y otras gentes que venden sin pudor sus vidas viven a cuerpo de reyes?


Vergüenza y sólo vergüenza, regada, eso sí, con una buena dosis de indignación es lo que se puede sentir ante tal despropósito. Un país en que parece que la corrupción es ya casi habitual, que el premio al esfuerzo se paga con un billete (costeado por uno mismo) al extranjero y que vale más no tener sentido del ridículo para triunfar, es digno de lástima y profunda reflexión.


De sobra sé que resulta   complicado, por respeto a la libertad de prensa, regular los contenidos de lo que la televisión ofrece, pero empiezo a creer, y muy seriamente, a la vista de lo observado, que más valdría intentarlo cuando lo que nos están ofreciendo atenta contra lo que la sensibilidad y la cordura toleran.

 

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