OPINIóN
Actualizado 03/09/2014
Manuel Alcántara

Dentro de una semana el pulso entre un mutitudinario conglomerado compuesto por partidos políticos, movimientos sociales y asociaciones ciudadanas y culturales catalanas y el gobierno de España celebrará su primer acto formal. La convocatoria de una consulta popular en Cataluña, de acuerdo con la reivindicación gestada a lo largo del último lustro del equívoco "derecho a decidir", se verá seguida de la inmediata prohibición amparada en una determinada interpretación de la Constitución. Una semana después, en un marco bastante diferente, los escoceses ventilarán su futuro en un acto de innegable influencia sobre lo que aquí se produzca. Finalmente, aunque nunca será la última palabra, en noviembre el impedimento legal a celebrar la consulta se verá envuelto en manifestaciones y, posiblemente, en una convocatoria anticipada de elecciones catalanas. El drama en tres actos para el comienzo del curso está servido.

 

En la ceremonia de la confusión en que vivimos, sobre todo desde la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, hay que reconocer que en la batalla incruenta del framing van muy por delante los aguerridos nacionalistas catalanes. A la fortuna, sobre todo en momentos de crisis, del muy populista grito de "España nos roba", que supone un reclamo de indudable impacto para mucha gente sobre un tema difícil de medir, siguió el de la reclamación del "derecho a decidir", ya que pocos se pueden oponer al mismo de primeras en un mundo de tolerancia y de autodeterminación individual. El siguiente paso lo constituye la reivindicación del "Estado propio", puesto que si se es una nación, tanto en términos históricos como sociológicos, como queda en evidencia por la intensa oleada popular movilizada, la misma no está completa sin Estado.

 

La ventaja de definir bien un problema es que quien lo hace tiene el poder para establecer lo que está detrás de las palabras, como bien le dijo Humpty-Dumpty a Alicia en el País de las Maravillas. Pero aquí no hay definiciones sino meras proclamas publicitarias que, repito, son buenas y tienen un éxito comunicativo inmediato alentando aún más el fervor de los prosélitos y animando a tomar postura a quienes venían manteniendo una posición tibia. Ser soberano significa fundamentalmente: tener posibilidad de acuñar moneda, contar con ejército propio, definir las reglas de la ciudadanía limitando y haciendo guardar las fronteras, ser reconocido por otros estados y poseer capacidad fiscal. Dejando esta última, ¿han oído o leído algo sobre los otros elementos?

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