Los árboles zarandeaban el sonido del viento a la vez que ellos ponían sus pies en la tierra. Un leve suspiro les recordó que el sol se ocultaba en aquella ciudad con la dureza del gesto de un suave burka deslizándose sobre el rostro de una mujer. Cristiana se preguntó siempre si para ellas, esa obligación de ocultarse se habría convertido en una compleja devoción. Llevaba viviendo años con Jacobo y aunque cristiana y él judío, habían podido confluir en una casa llena de señales. Señales que le llevaron a esa ciudad santa. A él a un muro, a ella a un sepulcro.
Afortunadamente para ellos el amor había podido sobrevivir durante años a sus diferencias y deficiencias. Como todo en la vida, cediendo. Aunque todo el mundo sabe que el ceder es el verbo que precede al hundir.
En honor a la verdad, la ciudad era como una roca caliza teñida de rojo y resquebrajada en cultos, niños, fronteras, perros y callejuelas. Su cuerpo era una mixtura inmersa en un caos religiosamente organizado. Ellos habían llegado hace dos días y cada uno por su lado habrían de visitar aquellos lugares de obligada procesión. Los suyos. Aquellos donde hincarían sus rodillas.
Diez años antes, un encuentro casual en esa ciudad, hizo por primera vez en sus vidas que sus obligaciones y devociones fueran violentamente trasladadas a la religión de sus ojos. Lo que una el hombre, que no lo separe dios, mahoma, yahveh o alá,? cuantas guerras en sus nombres.
Pero el tiempo todo lo cura, incluso el amor. Aquel que genera el respeto cuando este dura lo suficiente. Nacieron semáforos de señales, lugares, encuentros contra otros credos. Convi-veniencia,?
Aquella noche en el hotel se encontraron de nuevo. Cansados, casi abatidos. Las autoridades habían dictado toque de queda ante la situación de emergencia. Como si no la hubiera habido durante siglos. Jacobo maldijo aquellos que daban su vida en nombre de la religión acabando con otros, pareciendo haber olvidado que esos misiles llevaban la estrella de david, olvidándose que un holocausto puede tener muchas formas de territorio. Cristiana indignada recordó niños tirados y teñidos de rojo, obviando como un ciego al sol, aquello que su religión violó durante años.
Aquella noche, encerrados en el hotel, el mal lo proyectaron en otros, como de costumbre. Era su conducto religioso para disipar sus miserias. Su forma de creer en algo que no ves por encima de lo que ves. La mentira de los enfermos. El dándose con su muro, Ella a-cavando en su tumba.
Mientras tanto allí fuera, seguían las señales, los locos, las bombas, los mártires, los lugares, los territorios, los Inocentes, las fronteras, más Inocentes,? más de lo mismo.