Poco después de las últimas elecciones generales, coincidimos en una comida cuatro profesionales de los medios de comunicación. Resulta que los tres que habíamos votado lo hicimos por el partido de Rosa Díez, totalmente al margen de nuestras ideologías previas: dos de nosotros, incluso, habíamos militado en el PC durante el franquismo.
La razón de nuestro voto, entonces, fue el hartazgo de los partidos tradicionales y la esperanza compartida por más de un millón de españoles de que UPyD fuera una alternativa regeneradora de la vida política. Ahora, en cambio, dudo que volviéramos a votarla.
¿Por qué? Pues porque en los últimos tiempos la dirección del partido magenta ha evidenciado los mismos defectos partiditas que critica a sus adversarios. ¿A qué se debe, nos preguntamos muchos electores, ese antagonismo de Rosa Díez hacia el partido de Ciutadans, cuando ambos preconizan unos remedios similares para España?
Todas las encuestas anticipan un crecimiento electoral de ambas formaciones y que si éstas se presentasen unidas a los próximos comicios autonómicos obtendrían diputados en casi todas las Comunidades y en algunas se convertirían en la tercera fuerza política, pudiendo formar Gobierno con el PP o el PSOE, evitándonos así contradictorias y peligrosas coaliciones basadas en el rencor en vez del regeneracionismo.
Pues bien: la negativa de UPyD a considerar su unión con el movimiento ciudadano de Albert Rivera testimonia que antepone los intereses de sus dirigentes a los de la ciudadanía. Sus líderes prefieren tener menos poder, pero en exclusiva para ellos, a que éste se diluya en una coalición a la que no pudiesen controlar con puño de hierro, como vienen haciendo hasta ahora con sus menguados militantes.
Esa es la reflexión, y no otra que deben hacer los miembros del Consejo Político el próximo día 6. Si no optan por el camino del sacrificio personal frente al interés general de los españoles, puede que, en vez del aumento de votos vaticinado por las encuestas, el partido comience un declinar inexorable.