OPINIóN
Actualizado 29/08/2014
Marta Ferreira

Que el mundo va mal es una realidad innegable, que leer la prensa o ver un telediario asusta al más fuerte de los espíritus,  una evidencia, y que constatar que los seres humanos somos más crueles que los animales, una verdad de difícil digestión.

Empiezo fuerte porque considero, más que nunca en esta ocasión, que no hay manera de endulzar el tema a abordar. Que los hombres seamos capaces del mal porque sí es algo que, muy a mi pesar, reconozco como real. Ello no significa que saberlo me haga más sencillo entenderlo, porque creo que comprender el mal es asumir que se puede tolerar y hay cosas que,  por dignidad,  no son admisibles.

Una ola de racismo brota en EE.UU. y salta a los medios de comunicación porque la misma acarrea muertos. Que la prensa se haga eco porque hay muertos, y sin explicación( salvo el color de la piel), no me sorprende, lo que me sorprende más es que se aborde el racismo porque suceda una desgracia, porque de hecho, y de sobra lo sabemos todos, el racismo está en ese país, en el nuestro y en muchos otros.

Despreciar al de al lado por el mero hecho del color de su piel me resulta aberrante, me produce nauseas pensar que alguien pueda creerse mejor que otro porque es negro, rosita o amarillo. El color, como la inteligencia, como la belleza u otras características que nos son regaladas al nacer y que en nada dependen de nosotros, son motivo de diferencia y cuanta más existe más riqueza poseemos, aunque gran parte del mundo, por desgracia, no lo entienda.

Hace no mucho tiempo, en mayo, en un local regentado por chinos, tuve que observar cómo un grupito de valientes  treinteañeros se metían con un niño de unos cinco años, de nacionalidad china, por el hecho de ser chino. En presencia de su madre, que atendía el negocio y de una servidora, que estaba allí, comenzaron a reírse de él, a decir que con sus impuestos costeaban su educación y algunas otras indignidades que a cualquier ser humano que se precie de serlo le pondrían la carne de gallina. No me lo pensé, y ante aquel espeluznante espectáculo me dirigí a ellos reprendiéndoles con un "ya está bien, no veis que es sólo un niño", y uno de ellos se dirigió al más gallito de la manada (con mis excusas a los animales, que Dios les libre de ser tan despiadados) y le dijo: "déjalo, que no sabemos quién es". Alucinante, ¿verdad?, y, ¿quién soy yo? Pues aparte de nadie especial, probablemente alguien que se enfrentó a ellos cuando la gente los consiente por no buscarse problemas.

Pues el problema no es intervenir, el problema radica en permitir a esta clase de gentuza campar a sus anchas por el mundo,  convirtiendo en selva la sociedad. Ya está bien de tolerar comportamientos despiadados, de observar el rechazo a un ser humano por razón de género, de raza, de nacionalidad o de religión. Que yo sepa, vivimos en un país en que se respetan, o al menos eso reza nuestra Carta Magna, los derechos humanos y recomiendo, desde aquí, que en lugar de vender sillones, vajillas o televisores los periódicos, que parecen teletiendas, comiencen a regalar la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Constitución, a ver si con suerte, algunos aprenden que todos somos iguales y si no les gusta, que se vayan a vivir solos en medio del campo y no contaminen el mundo, que bastante mierda tiene ya.

                                                                                                                                             Marta FERREIRA

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