OPINIóN
Actualizado 28/08/2014
Enrique de Santiago

Si entre tú y yo no existe más que una diferencia en el continente, gracias a Dios, pero una igualdad fundamental en el contenido, quién ha sido el que ha decidido que tú eres diferente, con menos o más derechos, con más o menos obligaciones, con más o menos valor.

Es evidente que Dios, la naturaleza o la vida, en el continente, te ha beneficiado. Eres más guapa, eres estéticamente más agradable y, para colmo de males, puedes sentir, disfrutar y gozar de la sensación de tener a tus vástagos en tu ser, pero sufres, sientes, amas, disfrutas, padeces y vives con un continente igual al mío o yo al tuyo.

Históricamente, has tenido que superar los mismos retos que los superados por los esclavos, los semovientes y los que no tenían "alma", en una visión que te limitaba la vida a la de un mueble que daba hijos. Pero, el tiempo, la historia, la sociedad ha superado esa situación y ha alcanzado la realidad de la igualdad, como ha alcanzado la realidad de la circularidad del globo terráqueo.             

El hecho de que puedan existir personajes, de uno u otro lado, que discutan la igualdad, lo que pone de manifiesto es la inconsistencia del que lo discute, como lo estúpido de demostrar la luminosidad del día o la oscuridad de la noche.

Una legislación diferenciadora del género, la existencia de un ministerio, la posición penal distinta en función del sexo del agresor y/o del agredido, así como una mejora o empeoramiento en las calificaciones profesionales en beneficio de un determinado sexo, no sólo es anacrónico, sino absolutamente injusto, contrario a la igualdad constitucional y tan ridículo como la definición de lluvia como agua que cae del cielo, pues la discriminación positiva o negativa es discriminación, reprobable y no defendible, por más que afirmes que hay que equilibrar la situación, pues, en ese caso, defenderías el permitir al lesionado causar lesión al lesionador para equilibrar la situación.

La agresión debe de ser perseguida con independencia del sexo del agresor, como debe ser perseguida toda actuación de acoso, presión psicológica o expresión indigna de un ser humano a otro, tenga lo que tenga entre las piernas.

En un trabajo, como en la vida, lo único que se puede observar y valorar es quién lo hace bien y quién mal, con independencia de lo que le apetezca hacer en la cama, o la posición que tenga que utilizar al ir al baño. El sexo y/o la sexualidad y los diferentes modos de vivirla no puede tener reflejo en la vida diaria, ni servir de fundamento para discriminación alguna...

            

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