OPINIóN
Actualizado 27/08/2014
Carlos Aganzo

Roberto Rossellini situó en 1948 el año cero de Alemania cuando el desastre se enseñoreó del país en múltiples dimensiones. Si esta ubicación en el calendario era cabal me pregunto al leer la magna trilogía de Alfred Döblin Noviembre de 1918, traducida primorosamente por Carlos Fortea, en la que vivisecciona la Alemania derrotada tras la Gran Guerra, en qué rango se situaría en esa particular genealogía. No es una cuestión retórica y menos en un verano en el que las conmemoraciones de aquella guerra bien sean en exposiciones, películas o, fundamentalmente, libros están por doquier. Ubicar en el calendario con dígitos negativos no parece apropiado aunque siempre podría existir la posibilidad de hablar de "treinta años antes del año cero".

 

Me cuesta hacerme a la idea de todo ello cuando camino por ciudades en las que la Historia es un presente continuo, cuando hablo con amigos o con gente que uno encuentra azarosamente, cuando viajo por el Rin desde Rúdesheim a Sankt Goarshausen en un barco en el que el alto número de hindúes rivaliza con el de japoneses o de chinos. Sé lo que pasó, el cómo, el por qué, y las consecuencias, pero me cuesta ubicarlo en una dimensión de trascendencia a la hora de explicar el presente. ¿Cómo del militarismo, del nacionalismo cada más asfixiante, del marcado totalitarismo rampante y controlador de la práctica mayoría de los niveles de la vida, de los campos de concentración, se alcanzan altas cotas de tolerancia intercultural, un equilibrio bastante notable entre los distintos territorios de la federación y una democracia sólida?

 

La "locomotora de Europa" lleva dos trimestres sin crecer, quizá por las implicaciones del conflicto de Ucrania o porque las reformas estructurales, las mismas que nos exigen que acometamos con premura, de hace diez años resultaron insuficientes o, quien sabe, erróneas. Sin embargo, la tasa de paro es más de tres veces inferior a la nuestra, la enseñanza y la sanidad mantienen los niveles de un estado de bienestar digno, el transporte público continúa siendo un modelo de eficiencia y el equilibrio fiscal es adecuado. Además, lejos de caer fácilmente en la tentación de un liderazgo europeo hegemónico, la canciller salvaguarda un difícil equilibrio de búsqueda de consensos gracias a una envidiable capacidad pedagógica para explicar los problemas y las soluciones plausibles y al uso inescrutable de un poder blando que Alemania supo construir desde su año cero.

 

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