OPINIóN
Actualizado 25/08/2014
Lorenzo M. Bujosa Vadell

Desde esta modesta tronera de este guindo aletargado uno no puede más que sorprenderse en este agosto cambiante. Todavía ingenuo a pesar de los pesares, creía mantener un rescoldo de esperanza en el personal político de este sufrido país. Pensaba que el grupo mayoritario hubiera tomado suficiente nota y se empezara a adaptar a las circunstancias, a purgar excesos manifiestos, a acercarse a la ciudadanía y a proponer en serio medidas para hacer efectiva la calidad democrática de nuestra constitución real.

No sé si ha sido un mal sueño o una evanescente pesadilla la que en alguno de los periódicos que por descuido han caído en mis manos en estas vacaciones irreales me ha mostrado la torpeza del que quiere utilizar la mayoría absoluta para mantenerse en el machito sea como sea. Ahora parece ser que la urgencia democrática está en que tras las próximas elecciones locales gobierne la lista más votada y hay que hacer piruetas politológicas -y luego jurídicas, claro-, para vestir ese vehemente deseo reclamado "con tanta insistencia" por el ciudadano ordinario.

Nada convincente se ha oído de fortalecer la democracia interna, ni de depurar hasta el fondo corrupciones sin cuento, ni de evitar que el momento de la elección digital para la confección de las listas por el jefe supremo y sus adláteres no sea apto para cardíacos, haciendo con ello que luego el paso por las urnas sea más bien un mero paseíllo. Y además, uno insiste a riesgo de que le llamen pesado -sin animadversión personal alguna, pero con pretendido sentido común-: si la cámara alta va a seguir siendo sólo una cámara de segunda lectura, de la que puede pasar olímpicamente el Congreso de los Diputados que es quien en realidad legisla, esa ilustre cámara sobra.

 Como sobran las duplicidades y triplicidades competenciales y las invenciones de procedimientos administrativos inútiles que sólo están justificados para mantener entretenidas a las personas a las que están asignados, funcionarios que a su vez se  divierten mareando al aburrido administrado. Menos mal que, gracias al aún elevado paro, los ires y los venires con papeles de toda ralea deberían ser considerados hasta como una obra de caridad para quien tiene la "absurda iniciativa" de proponer algo productivo, o sea, como diría una vieja amiga mía: "hacer algo por la patria"?

No se está hablando de hacer tabla rasa. Ni de dejar el Estado de las Autonomías hecho un erial, sino de contribuir a una organización política y administrativa racional, justificada y eficiente, para lo cual mis compañeros constitucionalistas y administrativistas tienen mimbres de sobra, aunque quienes nos gobiernan se ve que padecen demasiadas servidumbres para tener alguna altura de miras.

Porque escasa altura de miras demuestra quien, creyéndose eterno, se basta por sí sólo para hacer reformas de calado, que van a durar lo que dure su gobierno. Si el objetivo es hacer reformas serias y de fondo para hacer creíble el sistema y evitar aventuras políticas dudosas, no cabe duda de que estamos empezando mal.

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