OPINIóN
Actualizado 18/08/2014
Rubén Martín Vaquero

"A Dios rogando y con el mazo dando". Dicho popular.

Me sumo a la colaboración que demandan los dignísimos representantes del Ministerio de Educación destacados en nuestro Instituto, para conseguir una enseñanza de calidad, que nos despegue de los casposos y tercermundistas lugares que ocupamos en los sucesivos estudios académicos de la población estudiantil, que ha llevado a cabo la Unión Europea.

Partiendo del principio que la religión Católica, Apostólica y Romana es el pilar básico de nuestra cultura, no incluirla en paridad con otras disciplinas como las Matemáticas, el Inglés o la Química, impide que los alumnos alcancen la deseada formación integral que todos deseamos.

Mi aportación a la susodicha investigación, es una denuncia sobre la situación en la que se encuentra esta asignatura en los centros públicos no universitarios. Como es lógico y de entender, en particular en éste Centro donde ustedes investigan las causas del estrepitoso fracaso escolar que arrastramos.

Señores, les supongo conocedores de que la religión católica en los centros públicos españoles ha caído en el triste pozo de las "marías". Las causas hay que buscarlas en la falta de obligatoriedad al cursarla y el no computar en las distintas baremaciones como el resto de las disciplinas. Un servidor, como profesor de religión Católica, Apostólica y Romana designado para este Centro por el delegado de la diócesis, reivindico oficialmente que la religión católica sea obligatoria para todos los alumnos matriculados en centros públicos de Primaria, Secundaria, Bachillerato y Ciclos Formativos.

Se da la triste circunstancia que en mi magisterio diario debo atraer clientela a mis aulas con películas, excursiones, bailes y juegos, desvirtuando el sentir que se esperaba alcanzar cuando fui elegido. Y aunque nombrado según la apreciación personal de los responsables eclesiásticos, cumpliendo los acuerdos firmados entre el Estado español y la Iglesia Católica de nuestro país, y tener los mismos derechos y obligaciones que el resto de los profesores claustrales, soy un docente de segunda categoría. Ni lo comprendo, ni lo consiento; ¿acaso no percibo los mismos emolumentos del Tesoro Público que ellos y tengo que acatar un horario lectivo similar?

Dirán ustedes que las calificaciones de mis alumnos por asistir a actividades tan irrelevantes son desproporcionadas y, en la mayoría de los casos, asombrosas. ¿Qué importa si no computan en la valoración oficial del alumno? Piensen ustedes, de otra forma no asistiría alumno alguno a mis clases, y desaparecería la asignatura de religión Católica, Apostólica y Romana en los centros públicos, con lo que significaría de merma cultural y espiritual para las nuevas generaciones. Espero que esta petición la tramiten a las más altas esferas por el bien de nuestros discípulos.

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