OPINIóN
Actualizado 18/08/2014
Sagrario Rollán

El profesor que no tuvimos, el que tampoco nos atrevimos a ser,  el doctor que nos hizo reír y despertar de las rutinas inscritas en lo más profundo del cerebro,  ha muerto. 

"La verdad es como una manta que siempre te deja los pies fríos?",  por eso  arrancar las páginas del libro de texto,  ponerse en pie sobre el pupitre o emitir un sublime graznido contra la pizarra y en la cara del profesor, sacar el bárbaro que llevas dentro -con precisión y método como quien hace una traducción de griego o resuelve un problema de física-  emociona;  aunque sólo sea como catarsis, en una aburrida tarde de domingo,  viendo en  la tele  a Robin Williams  (El club de los poetas muertos,  1989),  mientras una pila de exámenes todavía por corregir te espera sobre el escritorio, y tus hijos te agobian con los deberes de Mates y el examen de Cono.

Saborear  las palabras, he ahí el secreto, pues ellas te mostrarán el camino de tus sueños, saborear con Robin los versos del gran poeta americano  Walt Whitman (1819-1892): "Oh mi yo,  oh vida de sus preguntas que vuelven,  oh mi yo,  mi vida, ? de los ojos que en vano ansían la luz, oh mi yo, oh  vida que estás aquí?"  es todo un aprendizaje para escolares y  maestros,  también para padres, para cualquier profesional que trabaje con personas, o, si lo llevamos más lejos,  para políticos. La gracia está en saber agacharse, es una cuestión de flexibilidad,  para tocar,  siquiera con la punta de los dedos,  la belleza indomable, esa a la que Robin invita a sus alumnos uniformados hasta los  tuétanos, encasquillados en sus gafitas de concha,   querer saber que la sangre galopa por sus venas.

Pues les ocurre a estos chicos de buena familia lo mismo que al paciente catatónico en Despertares (1990):  "Sus ojos, de tanto mirar entre las rejas están tan cansados que ya no pueden ver otra cosa, es como si hubiera mil rejas y tras estas mil rejas no existiera un mundo" . Este poema, compuesto por Rainer María Rilke (1875-1926) contemplando una pantera  en el Jardín de Plantas de París ,  aplicado a Leonard (magnífico Robert de Niro) en la película,   se puede extender a todos y cada uno de los chicos y a sus profesores, y no solo a los enfermos, sino también al personal y a los impasibles médicos del hospital, que parecen no haberse dado cuenta de que tratan con personas, no con enfermedades;  con personas despersonalizadas por la medicación y el sistema hospitalario hasta el punto que  alguno de ellos reclama, tratando de reconstruir la memoria identitaria de su vida al paso por distintos centros médicos, que  antes era una persona.

De personas y no de pacientes, de personas y no de alumnos, de personas y no de clientes caros y crónicos,  se trata.  Como en la otra película de Robin Williams que quiero evocar,  Patch Adams (1998) , el médico-payaso que desordena  y alborota salas  y aulas con sus risas y  sus juegos.  Según este doctor (que realmente existe,  Hunter Doherty "Patch" Adams,   fundador del Instituto Gesundheit 1971) la compasión y el contagio son base del tratamiento de la aventura de la salud, porque estamos constantemente amenazados por miedos, angustias y reglas que nos acobardan, por eso peleamos contra todo y contra todos los que achican la vida, los que acallan las emociones, los que atornillan los huesos y la sangre a los pupitres o las camas de hospital, mas  "si peleamos contra el mal, peleemos contra el mas terrible de todos: la indiferencia."

Ha muerto un gran cómico, pero nos ha dejado una estrella de risas, de despertares y de versos,  según apunta su querida hija  Zelda en las redes, haciéndose eco de otro soñador como Saint ?Exupéry ( 1900-1944) en El principito: "Solo tu tendrás estrellas como nadie las tiene, yo voy a vivir en una de ellas, voy a estar riendo en una de ellas".

¿Cuál será tu estrella?, ¿cuál será tu verso?

 

 

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