OPINIóN
Actualizado 17/08/2014
@santiriesco

No saber quien te lee es lo que tiene. Que un día tocas un tema interesante y los lectores pasan de tu  face como de ingerir heces. Otras veces te tiras el rollo con cualquier vaginazo insoportable, soporífero y digno de arrepentimiento espontáneo y te sorprenden las estadísticas con una lluvia de visitas interesadas en el bodrio que te salió sin pensar de un rincón ignoto de la anatomía intelectual.

Misterios de colgar textos semanales en la web. Sorpresas digitales del descontrolado mundo webero. A veces basta con poner un título que resulte ser una de las series de palabras más buscadas en el proceloso mar de Google para encontrarte cientos de mensajes en el foro, abrir tu buzón electrónico y tener que dedicar media mañana a leer y contestar la infinidad de cuestiones suscitadas por la poca claridad en el modo de exponer tus ideas. O quizá porque das por supuestas cosas que el lector no sabe, o simplemente porque tu verbo no ha sido capaz de contener y esculpir con decoro la idea estupenda que pensabas era una original ocurrencia de tu ser inigualable, de tu genialidad no reconocida, de esa chispa que siempre soñaste con tener a la hora de ponerte frente a la pantalla.

Y le vuelves a dar otro apretón a la rosca de tus oxidados pernos inspiratorios soñando con que, un día, tal vez la semana próxima, los leones internautas de columnas apócrifas coincidan con el texto en el que volcaste tus escasos conocimientos y al que dedicaste toda una mañana de domingo con entusiasmo de novicio.

Lástima que, por ahora, no podamos ver las caras de los navegantes ávidos de literatura huérfana. Si así fuera sabríamos la impresión de nuestras ideas mecanografiadas al ver sin ser vistos las pupilas del internauta repasando sosegadas, decepcionadas, enérgicas, pausadas, eufóricas, satisfechas las letras semanales que depositamos en el éter sin saber su destino final. ¿Quién me lee? ¿Qué suscita esta lectura? A veces me rasco un poco dentro y descubro para mi desgracia que sigo escribiendo para mí, para mi Eva, para los Brunos que esperan la metáfora intermedia, el requiebro elegante, dos silencios sin comas y... los puntos suspensivos que les pongan la carne del alma de gallina.

 

11 de abril de 2005

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